"Creación y Evolución"
Conferencia pronunciada por el R.P. Manuel Carreira, sj, en el
Simposio "Creación y Evolución".
"Creación y Evolución"
Conferencia pronunciada por el R.P. Manuel Carreira, sj, en el
Simposio "Creación y Evolución".
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy me detengo en una interesante página de la historia, que atañe al florecimiento de la teología latina en el siglo XII, gracias a una serie providencial de coincidencias. En los países de Europa occidental reinaba por aquel entonces una paz relativa, que aseguraba a la sociedad el desarrollo económico y la consolidación de las estructuras políticas, y favorecía una intensa actividad cultural, entre otras causas gracias a los contactos con Oriente. En la Iglesia se advertían los beneficios de la vasta acción conocida como "reforma gregoriana", promovida vigorosamente en el siglo anterior, que había aportado una mayor pureza evangélica a la vida de la comunidad eclesial, sobre todo en el clero, y había restituido a la Iglesia y al Papado una auténtica libertad de acción. Además, se iba difundiendo una amplia renovación espiritual, sostenida por un fuerte crecimiento de la vida consagrada: nacían y se expandían nuevas Órdenes religiosas, mientras que las ya existentes vivían una prometedora recuperación.
La teología también volvió a florecer y adquirió una mayor conciencia de su naturaleza: afinó el método, afrontó problemas nuevos, avanzó en la contemplación de los misterios de Dios, produjo obras fundamentales, inspiró iniciativas importantes en la cultura, desde el arte hasta la literatura, y preparó las obras maestras del siglo sucesivo, el siglo de santo Tomás de Aquino y de san Buenaventura de Bagnoregio. Los ambientes en los que tuvo lugar esta intensa actividad teológica fueron dos: los monasterios y las escuelas de la ciudad, las scholae, algunas de las cuales muy pronto darían vida a las universidades, que constituyen uno de los típicos "inventos" de la Edad Media cristiana. Precisamente a partir de estos dos ambientes, los monasterios y las scholae, se puede hablar de dos modelos diferentes de teología: la "teología monástica" y la "teología escolástica". Los representantes de la teología monástica eran monjes, por lo general abades, dotados de sabiduría y de fervor evangélico, que se dedicaban esencialmente a suscitar y a alimentar el deseo amoroso de Dios. Los representantes de la teología escolástica eran hombres cultos, apasionados por la investigación; magistri deseosos de mostrar la racionabilidad y la auntenticidad de los misterios de Dios y del hombre, en los que ciertamente se cree por la fe, pero que también se comprenden con la razón. La distinta finalidad explica la diferencia de su método y de su manera de hacer teología.
En los monasterios del siglo xii el método teológico estaba vinculado principalmente a la explicación de la Sagrada Escritura, de la página sagrada,como decían los autores de ese periodo; se practicaba especialmente la teología bíblica. Todos los monjes escuchaban y leían devotamente las Sagradas Escrituras, y una de sus principales ocupaciones consistía en la lectio divina, es decir, en la lectura orante de la Biblia. Para ellos la simple lectura del texto sagrado no era suficiente para percibir su sentido profundo, su unidad interior y su mensaje trascendente. Por tanto, era necesario practicar una "lectura espiritual", llevada a cabo en docilidad al Espíritu Santo. En la escuela de los Padres, la Biblia se interpretaba alegóricamente, para descubrir en cada página, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, lo que dice de Cristo y de su obra de salvación.
El Sínodo de los obispos del año pasado sobre la "Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia" recordó la importancia del enfoque espiritual de las Sagradas Escrituras. En este sentido, es útil tomar en consideración la herencia de la teología monástica, una ininterrumpida exégesis bíblica, como también las obras realizadas por sus representantes, valiosos comentarios ascéticos a los libros de la Biblia. A la preparación literaria la teología monástica unía la espiritual; es decir, era consciente de que no bastaba con una lectura puramente teórica y profana: para entrar en el corazón de la Sagrada Escritura, hay que leerla identificándose con el espíritu con el que fue escrita y creada. La preparación literaria era necesaria para conocer el significado exacto de las palabras y facilitar la comprensión del texto, afinando la sensibilidad gramatical y filológica. El estudioso benedictino del siglo pasado Jean Leclercq tituló así el ensayo con el que presenta las características de la teología monástica: L'amour des lettres et le désir de Dieu (El amor por las palabras y el deseo de Dios). Efectivamente, el deseo de conocer y de amar a Dios, que nos sale al encuentro a través de su Palabra que debemos acoger, meditar y practicar, lleva a intentar profundizar los textos bíblicos en todas sus dimensiones.
Hay otra actitud en la que insisten quienes practican la teología monástica: una íntima actitud orante, que debe preceder, acompañar y completar el estudio de la Sagrada Escritura. Puesto que, en resumidas cuentas, la teología monástica es escucha de la Palabra de Dios, no se puede dejar de purificar el corazón para acogerla y, sobre todo, no se puede dejar de encenderlo de fervor para encontrar al Señor. Por consiguiente, la teología se convierte en meditación, oración y canto de alabanza, e incita a una sincera conversión. No pocos representantes de la teología monástica alcanzaron, por este camino, las más altas metas de la experiencia mística, y constituyen una invitación también para nosotros a alimentar nuestra existencia con la Palabra de Dios, por ejemplo, mediante una escucha más atenta de las lecturas y del Evangelio, especialmente en la misa dominical. Es importante también reservar cada día cierto tiempo para la meditación de la Biblia, a fin de que la Palabra de Dios sea lámpara que ilumine nuestro camino cotidiano en la tierra.
La teología escolástica, en cambio -como decía-, se practicaba en las scholae, que surgieron junto a las grandes catedrales de la época, para la preparación del clero, o alrededor de un maestro de teología y de sus discípulos, para formar profesionales de la cultura, en una época en la que el saber era cada vez más apreciado. En el método de los escolásticos era central la quaestio, es decir, el problema que se plantea al lector a la hora de afrontar las palabras de la Escritura y de la Tradición. Ante el problema que estos textos autorizados plantean, surgen preguntas y nace el debate entre el maestro y los alumnos. En ese debate aparecen, por una parte, los temas de la autoridad; y, por otra, los de la razón, y el debate se orienta a encontrar, al final, una síntesis entre autoridad y razón para alcanzar una comprensión más profunda de la Palabra de Dios. San Buenaventura dice al respecto que la teología es "per additionem" (cf. Commentaria in quatuor libros sententiarum, i, proem., q. 1, concl.), es decir, la teología añade la dimensión de la razón a la Palabra de Dios y de este modo crea una fe más profunda, más personal y, por tanto, también más concreta en la vida del hombre. En este sentido, se encontraban distintas soluciones y se formaban conclusiones que comenzaban a construir un sistema de teología. La organización de las quaestiones llevaba a la elaboración de síntesis cada vez más extensas, pues se componían las diversas quaestiones con las respuestas encontradas, creando así una síntesis, las denominadas summae, que eran en realidad amplios tratados teológico-dogmáticos nacidos de la confrontación entre la razón humana y la Palabra de Dios. La teología escolástica tenía como objetivo presentar la unidad y la armonía de la Revelación cristiana con un método, llamado precisamente "escolástico", de la escuela, que confía en la razón humana: la gramática y la filología están al servicio del saber teológico, pero con mayor motivo lo está la lógica, es decir, la disciplina que estudia el "funcionamiento" del razonamiento humano, de manera que resulte evidente la verdad de una proposición. Todavía hoy, leyendo las summae escolásticas sorprende el orden, la claridad, la concatenación lógica de los argumentos, y la profundidad de algunas intuiciones. Con lenguaje técnico se atribuye a cada palabra un significado preciso, y entre el creer y el comprender se establece un movimiento recíproco de clarificación.
Queridos hermanos y hermanas, retomando la invitación de la primera carta de san Pedro, la teología escolástica nos estimula a estar siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que nos pida razón de nuestra esperanza (cf. 1 P 3, 15). Sentir nuestras las preguntas y de ese modo ser capaces de dar también una respuesta. Nos recuerda que entre fe y razón existe una amistad natural, fundada en el orden mismo de la creación. El siervo de Dios Juan Pablo ii, al comienzo de la encíclica Fides et ratio escribe: "La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad". La fe está abierta al esfuerzo de comprensión por parte de la razón; la razón, a su vez, reconoce que la fe no la mortifica, sino que la lanza hacia horizontes más amplios y elevados. Aquí se introduce la perenne lección de la teología monástica. Fe y razón, en diálogo recíproco, vibran de alegría cuando ambas están animadas por la búsqueda de la unión íntima con Dios. Cuando el amor vivifica la dimensión orante de la teología, el conocimiento que adquiere la razón se ensancha. La verdad se busca con humildad, se acoge con estupor y gratitud: en una palabra, el conocimiento sólo crece si ama la verdad. El amor se convierte en inteligencia y la teología en auténtica sabiduría del corazón, que orienta y sostiene la fe y la vida de los creyentes. Oremos, pues, para que el camino del conocimiento y de la profundización de los misterios de Dios siempre esté iluminado por el amor divino.
BENEDICTO XVI PRESENTA UNA NUEVA RELACIÓN FE-CIENCIA
Da por superada la polémica sobre Galileo
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 30 de octubre de 2009 (ZENIT.org).- Benedicto XVI propuso este viernes una nueva relación de colaboración entre fe y ciencia, en particular la astronomía, superando así la polémica que durante siglos ha provocado el caso de Galileo Galilei.
Según el Papa, la astronomía ha permitido y sigue permitiendo con sus descubrimientos comprender mejor el universo; por otra parte, la fe, permite también al científico descubrir las maravillas de la creación.
A esta conclusión llegó al recibir este viernes a un grupo de astrónomos de todo el mundo, que participan en un encuentro promovido por el Observatorio Astronómico Vaticano con motivo del Año Internacional de la Astronomía.
Este Año Internacional ha sido convocado por la UNESCO con motivo de la invención, hace cuatrocientos años, del telescopio de Galileo.
La reunión coincide con la inauguración de las nuevas instalaciones del Observatorio Vaticano, dirigido por el astrónomo y sacerdote jesuita argentino, José Gabriel Funes, en Castel Gandolfo, a unos 30 kilómetros de Roma.
"Como ustedes saben, la historia del Observatorio está vinculada de una forma muy real a la figura de Galileo, a las controversias que rodearon su investigación, y al intento de la Iglesia por lograr una comprensión correcta y fructífera de la relación entre ciencia y religión", reconoció el Papa en su discurso pronunciado en inglés.
Por este motivo, aprovechó el encuentro para expresar su gratitud "no sólo por los cuidadosos estudios que han aclarado el contexto histórico preciso de la condena de Galileo, sino también por los esfuerzos de todos aquellos comprometidos con el diálogo permanente y la reflexión sobre la complementariedad de la fe y la razón, al servicio de la una comprensión integral del hombre y de su lugar en el universo".
El caso de Galileo ha podido ser aclarado gracias a la comisión de estudio, que creó Juan Pablo II desde el 3 de julio de 1981 hasta el 31 de octubre de 1992, año del 350° aniversario de la muerte de Galileo.
El cardenal Paul Poupard, presidente emérito del Consejo Pontificio para la Cultura, coordinó las investigaciones desde el principio hasta el final, descubriendo cómo hubo errores evidentes en el proceso, pero al mismo tiempo constató que se ha manipulado en muchos libros de historia para dar una imagen de la Iglesia como "enemiga de la ciencia", según aclaró recientemente el mismo purpurado francés a ZENIT (Cf. "Galileo y el Vaticano: Un caso nunca archivado").
Benedicto XVI constató ante los astrónomos que "la cosmología moderna nos ha demostrado que ni nosotros, ni la tierra que pisamos, es el centro de nuestro universo, compuesto por miles de millones de galaxias, cada una de ellas con miríadas de estrellas y planetas".
"Sin embargo, al tratar de responder al reto de este año --el de levantar los ojos al cielo para redescubrir nuestro lugar en el universo-- ¿cómo no podemos quedar atrapados en la maravilla expresada por el salmista hace tanto tiempo?", cuando se preguntaba "Al ver tu cielo, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas que fijaste tú, ¿qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán para que de él te cuides?" (Salmo 8,4-5).
El pontífice confesó su esperanza en que "el asombro y exaltación que están destinados a ser los frutos de este Año Internacional de la Astronomía lleven más allá de la contemplación de las maravillas de la creación a la contemplación del Creador, y del amor, que es el motivo subyacente de la creación".
Las celebraciones del Año Internacional de la Astronomía están teniendo lugar entre el 30 y el 31 de octubre. Las celebraciones incluyen una conferencia del profesor John Huchra del Centro Harvard-Smithsonian para Astrofísica y presidente de la Sociedad Astronómica Estadounidense.
El programa incluye un una visita a la Torre de los Vientos, en el Vaticano, construida en 1582, uno de los primeros observatorios astronómicos de historia, realizado con motivo de la reforma del Calendario Gregoriano, en 1582.
Los astrónomos puede visitar también los Archivos Secretos Vaticanos, y la exposición "Astrum 2009", en los Museos Vaticanos, que presenta 130 piezas históricas, incluidos manuscritos originales de Galileo.
ZS09103009 - 30-10-2009
Permalink: http://www.zenit.org/article-33088?l=spanish
Ilustres señoras y señores:
Me alegra saludaros a vosotros, miembros de la Academia pontificia de ciencias, con ocasión de vuestra asamblea plenaria, y agradezco al profesor Nicola Cabibbo las palabras que me ha dirigido amablemente en vuestro nombre.
Con la elección del tema: "Visión científica de la evolución del universo y de la vida", tratáis de concentraros en un área de investigación que despierta mucho interés. De hecho, hoy muchos de nuestros contemporáneos desean reflexionar sobre el origen fundamental de los seres, sobre su causa, sobre su fin y sobre el sentido de la historia humana y del universo.
En este contexto se plantean naturalmente cuestiones concernientes a la relación entre la lectura del mundo que hacen las ciencias y la que ofrece la Revelación cristiana. Mis predecesores el Papa Pío XII y el Papa Juan Pablo II reafirmaron que no hay oposición entre la visión de la creación por parte de la fe y la prueba de las ciencias empíricas. En sus inicios, la filosofía propuso imágenes para explicar el origen del cosmos, basándose en uno o varios elementos del mundo material. Esta génesis no se consideraba una creación, sino más bien una mutación o una transformación. Implicaba una interpretación en cierto modo horizontal del origen del mundo.
Un avance decisivo en la comprensión del origen del cosmos fue la consideración del ser en cuanto ser y el interés de la metafísica por la cuestión fundamental del origen primero o trascendente del ser participado. Para desarrollarse y evolucionar, el mundo primero debeexistir y, por tanto, haber pasado de la nada al ser. Dicho de otra forma, debe haber sido creado por el primer Ser, que es tal por esencia.
Afirmar que el fundamento del cosmos y de su desarrollo es la sabiduría providente del Creador no quiere decir que la creación sólo tiene que ver con el inicio de la historia del mundo y la vida. Más bien, implica que el Creador funda este desarrollo y lo sostiene, lo fija y lo mantiene continuamente. Santo Tomás de Aquino enseñó que la noción de creación debe trascender el origen horizontal del desarrollo de los acontecimientos, es decir, de la historia, y en consecuencia todos nuestros modos puramente naturalistas de pensar y hablar sobre la evolución del mundo. Santo Tomás afirmaba que la creación no es ni un movimiento ni una mutación. Más bien, es la relación fundacional y continua que une a la criatura con el Creador, porque él es la causa de todos los seres y de todo lo que llega a ser (cf. Summa theologiae, i, q.45, a.3).
"Evolucionar" significa literalmente "desenrollar un rollo de pergamino", o sea, leer un libro. La imagen de la naturaleza como un libro tiene sus raíces en el cristianismo y ha sido apreciada por muchos científicos. Galileo veía la naturaleza como un libro cuyo autor es Dios, del mismo modo que lo es de la Escritura. Es un libro cuya historia, cuya evolución, cuya "escritura" y cuyo significado "leemos" de acuerdo con los diferentes enfoques de las ciencias, mientras que durante todo el tiempo presupone la presencia fundamental del autor que en él ha querido revelarse a sí mismo.
Esta imagen también nos ayuda a comprender que el mundo, lejos de tener su origen en el caos, se parece a un libro ordenado: es un cosmos. A pesar de algunos elementos irracionales, caóticos y destructores en los largos procesos de cambio en el cosmos, la materia como tal se puede "leer". Tiene una "matemática" ínsita. Por tanto, la mente humana no sólo puede dedicarse a una "cosmografía" que estudia los fenómenos mensurables, sino también a una "cosmología" que discierne la lógica interna y visible del cosmos.
Al principio tal vez no somos capaces de ver la armonía tanto del todo como de las relaciones entre las partes individuales, o su relación con el todo. Sin embargo, hay siempre una amplia gama de acontecimientos inteligibles, y el proceso es racional en la medida que revela un orden de correspondencias evidentes y finalidades innegables: en el mundo inorgánico, entre microestructuras y macroestructuras; en el mundo orgánico y animal, entre estructura y función; y en el mundo espiritual, entre el conocimiento de la verdad y la aspiración a la libertad. La investigación experimental y filosófica descubre gradualmente estos órdenes; percibe que actúan para mantenerse en el ser, defendiéndose de los desequilibrios y superando los obstáculos. Y, gracias a las ciencias naturales, hemos ampliado mucho nuestra comprensión del lugar único que ocupa la humanidad en el cosmos.
La distinción entre un simple ser vivo y un ser espiritual, que es capax Dei, indica la existencia del alma intelectiva de un sujeto libre y trascendente. Por eso, el magisterio de la Iglesia ha afirmado constantemente que "cada alma espiritual es directamente creada por Dios -no es "producida" por los padres-, y es inmortal" (Catecismo de la Iglesia católica, n. 366). Esto pone de manifiesto la peculiaridad de la antropología e invita al pensamiento moderno a explorarla.
Ilustres académicos, deseo concluir recordando las palabras que os dirigió mi predecesor el Papa Juan Pablo II en noviembre de 2003: "La verdad científica, que es en sí misma participación en la Verdad divina, puede ayudar a la filosofía y a la teología a comprender cada vez más plenamente la persona humana y la revelación de Dios sobre el hombre, una revelación completada y perfeccionada en Jesucristo. Estoy profundamente agradecido, junto con toda la Iglesia, por este importante enriquecimiento mutuo en la búsqueda de la verdad y del bien de la humanidad" (Discurso a la Academia pontificia de ciencias, 10 de noviembre de 2003: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de noviembre de 2003, p. 5).
Sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre todas las personas relacionadas con el trabajo de la Academia pontificia de ciencias, invoco de corazón las bendiciones divinas de sabiduría y paz.
[Traducción distribuida por la Santa Sede
© Libreria Editrice Vaticana]
Cristo "reformará el cuerpo de nuestra bajeza, configurándolo según el Cuerpo de su gloria, por la fuerza que tiene de someter a sí todas las cosas". (Fil 3, 21.)
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Cristo, según nuestra fe, goza de un nuevo modo de existir como resucitado. Un modo de existir que nos espera a todos los hombres al fin de los tiempos, pero que solamente Cristo y María sabemos poseen antes de esa Parusía transformadora. Un modo de existir que pone a la misma materia del cuerpo humano en una situación a-espacial propia del espíritu "no limitado por espacio y tiempo" (Cat. de la Iglesia Católica no.645) en "otra vida más allá de tiempo y espacio" (Id. no.646).
La resurrección de Cristo no es parte de una simbología piadosa, ni una expresión mítica de una "vivencia" de la comunidad cristiana primitiva, sino un hecho histórico, comprobado por testigos que vieron, oyeron y tocaron vivo al que habían visto y tocado muerto tres días antes, y que rubricaron la certeza y sinceridad de su testimonio con el martirio. Si ver el cadáver de alguien es prueba de que ha muerto, el verle vivo después del sepulcro es igualmente prueba de resurrección, aunque ni en un caso ni en otro haya testigos del momento mismo de la muerte o de la vuelta a la vida. Negar este paralelismo obvio con juegos lingüísticos de un hecho "meta-histórico" es olvidarse de la racionalidad más elemental.
Solamente en los relatos evangélicos se nos permite vislumbrar un poco cómo un cuerpo -una estructura orgánica, material- existe "a modo de espíritu". Para profundizar en el significado de la Resurrección -de Cristo, de María, de la humanidad al fin de los tiempos- pueden ser útiles algunos conceptos de las ciencias biológicas y físicas de fines del siglo XX. Nuestra Fe no depende de puntos de vista científicos, sean los modos de pensar de hace veinte siglos o las hipótesis más recientes de la Mecánica Cuántica. Pero si la Teología es el esfuerzo de comprender la Revelación , y la verdad no es compatible con contradicción alguna, todo lo que es verdad en nuestro estudio de la naturaleza puede ser digno de conocerse en cuanto trata de algo tan íntimamente nuestro como la estructura orgánica que cada uno llama "mi cuerpo".
CONCEPTOS BÁSICOS: MATERIA Y ESPÍRITU
La Física es la ciencia que explícitamente trata de describir y comprender a la materia. Como ciencia experimental, no conoce a su objeto sino por su actividad, comprobable en sencillas observaciones y en experimentos que dan lugar a algún tipo de medida. Por eso toda definición aceptable en la Física tiene que ser "operativa": deben indicarse procesos de observación de actividad por los cuales se identifica aquello que se desea definir. No hay una intuición de esencias que permita definir en abstracto parámetros o componentes del mundo material.
El estudio de la materia comienza clasificando la inmensa variedad de actividades observables, desde el comportamiento de partículas elementales hasta la evolución del Universo en su totalidad. Puede resultar sorprendente que toda actividad descrita por la ciencia actual termina atribuyéndose a alguna de cuatro interacciones o fuerzas (aunque siempre permanece la posibilidad de descubrir algún nuevo proceso que exija aceptar una quinta fuerza). Las que hoy se conocen son:
• Gravitatoria : siempre atractiva, de alcance ilimitado y de aplicación a todo lo que es materia. Hoy se expresa en términos de la Relatividad General , que la atribuye a la curvatura del espacio-tiempo debida a la presencia de masa, un efecto que no puede evitarse y contra el cual no hay barreras ni aislantes. Es, por muchos órdenes de magnitud, la más débil de todas las fuerzas, pero es la que domina en escalas cósmicas.
• Electromagnética : atractiva o repulsiva, de alcance ilimitado, pero sólo afecta a partículas con una propiedad especial, distinta de la masa: la "carga eléctrica" que se da en dos variedades. Cargas idénticas se repelen, cargas de signo opuesto se atraen. Su intensidad (por ejemplo, entre dos electrones) es unos 100 trillones de trillones de veces superior a su atracción gravitatoria. Es responsable de la dureza, rigidez y aparente impenetrabilidad de objetos comunes, y también de la química aun biológica.
• Nuclear fuerte : atractiva, entre partículas nucleares, tengan o no carga eléctrica, pero de alcance mínimo, de forma que sólo actúa dentro del núcleo atómico o en choques entre partículas. Es 137 veces más intensa que la fuerza electromagnética.
• Nuclear débil : Sólo actúa dentro de cada partícula, transformándola. Se asocia con la emisión o absorción de un neutrino. Probablemente responsable de la destrucción final de estrellas de gran masa (Supernovas tipo II).
Todas estas actividades ocurren dentro de un marco espacio-temporal, en conjuntos de partículas en todos los niveles o en el vacío físico, que se distingue de la nada filosófica por tener propiedades medibles de tipo electromagnético y geométrico, y que se considera existe en un constante estado de actividad por la que su energía sintetiza pares de partículas y antipartículas que vuelven a pura energía casi inmediatamente. Esto afecta en un modo detectable a los niveles de energía del átomo de hidrógeno.
El espacio físico se ve distorsionado por la presencia de masa (explicación relativista de la gravedad) y todo fenómeno físico, por el cual puede medirse el paso del tiempo, se ve también retardado en un campo gravitatorio. Esto se expresa frecuentemente en forma popular diciendo que en esas circunstancias el tiempo fluye más despacio. Tales efectos espacio-temporales indican que espacio y tiempo no son realidades absolutas independientes de la materia ni desde el punto de vista filosófico ni científico, por lo cual el origen del Universo debe afirmarse como un comienzo total sin espacio previo ni un "antes".
Lo que percibimos como partículas , con su connotación imaginativa de pequeñas unidades sólidas, impenetrables, localizadas claramente en un lugar, no corresponde finalmente a nuestra experiencia vulgar expresada en tales palabras. Si bien en muchos experimentos parece confirmarse nuestra intuición por el comportamiento observable, en otros es indudable que las partículas no están localizadas con precisión ni tienen solidez ni individualidad propia. Se comportan como "ondas", pero no de un sustrato vibrante conocido, sino de un tipo realmente misterioso pero con consecuencias físicas repetibles e irreconciliables con el concepto de algo sólido y equivalente a una diminuta bola de billar. La dualidad partícula-onda no tiene representación adecuada en nuestra experiencia ni en nuestro vocabulario, pero sus consecuencias son claras y bien comprobadas:
• Una partícula pasando por una rendija muy fina se ve afectada por la existencia de otras rendijas vecinas. De alguna manera, se comporta como si pasase por varias a un tiempo, aunque disten entre sí mucho más que el supuesto "tamaño" de la partícula (base de la utilización del microscopio electrónico, difracción e interferencia de electrones, ambos fenómenos propios solamente de ondas).
• Una partícula encerrada en un "pozo de potencial" (campo de fuerzas) del cual no puede salir por no tener energía suficiente, aparece espontáneamente –con una probabilidad calculable- en otro lugar fuera de ese pozo, sin gasto de energía y sin haber cruzado el espacio intermedio ("efecto túnel", de utilización constante en circuitos electrónicos de la tecnología actual ).
• Interacciones entre partículas del mismo tipo exigen renunciar a la identificación individual de cada una, si los cálculos han de ser consistentes con resultados experimentales. Parecen no tener identidad propia.
• No hay límite a la compresibilidad de la materia. Cadáveres de estrellas abundan en el cosmos con densidades superiores a los mil millones de toneladas por centímetro cúbico.
• En "agujeros negros" cualquier cantidad de masa puede desaparecer (se comportan como un pozo sin fondo) siendo inaccesibles a una observación experimental, "fuera del espacio y tiempo" que podemos comprobar".
• Todas las partículas son transformables en pura energía, y viceversa. Incluso de la energía de un choque se sintetizan toda clase de partículas y antipartículas. Esto ocurre constantemente cuando un protón cósmico choca con un núcleo en la alta atmósfera, causando un chaparrón de miles de partículas, muchas de ellas más pesadas que el protón, que cubren más de un kilómetro cuadrado al llegar a neustros detectores. Es el mismo proceso ya mencionado que ocurre en el vacío físico.
Tal vez pueda sugerirse una estructura íntima de la materia en que perturbaciones localizadas en un espacio restringido -de lo que llamamos "vacío físico"- serían las partículas, mientras perturbaciones más difusas aparecerían como "ondas" o "campos de fuerza". El choque de distorsiones más localizadas (como "remolinos" en un lago) podrían dar lugar a ondas más difusas, a otros remolinos o a ambas cosas, y lo inverso podría también ocurrir. Los esfuerzos más recientes de la teoría de "supercuerdas" intentan reducir los componentes últimos de la materia a unidades unidimensionales que vibran en un espacio de 10 dimensiones, dando lugar a todas las partículas observadas y a una fuerza única que solamente aparecería como tal a energías mucho más elevadas que las que pueden obtenerse en nuestros laboratorios. No hay todavía comprobación alguna de estas ideas.
Si esto da la impresión de ser tan abstracto que deja de tener relación con la "materia" de nuestra vida diaria, recordemos que aun el mero dato de la estructura atómica y molecular, de cuya objetividad no puede dudarse, nos obliga a admitir -contra el testimonio de los sentidos- que nuestro propio cuerpo es un enjambre de partículas en movimiento, estructuradas por fuerzas de atracción y repulsión, con vacíos entre ellas que son comparables en escala con los que hay entre planetas. Y todas estas partículas son transformables en energía. Pero, con las palabras atribuidas a Richard Feynman, "no hay nadie en el mundo que entienda la Mecánica Cuántica ", aunque no dudamos de que describe correctamente el comportamiento de esas entidades infinitesimales.
No puede definirse a la materia por ninguna de las propiedades "obvias" a la experiencia sensorial, ni aun a aquella que se apoya en instrumentos como el microscopio óptico. Tenemos que acudir a la definición operativa más básica: Materia es todo y sólo aquello que puede tener alguna interacción o actividad al menos por una de las cuatro fuerzas antes descritas . Así se incluyen en la definición partículas, energía, vacío físico, espacio y tiempo: toda la realidad observable directa o indirectamente en algún experimento (posible al menos en principio). La ciencia física trata tan sólo de tales interacciones.
Toda esta realidad aparece en un estado de altísima densidad y temperatura en un único comienzo - el "Big Bang" o Gran Explosión de la Cosmología científica- no en un espacio vacío, pues no hay espacio previo, ni con una connotación de tiempo anterior, pues no hay "antes". Cualquier supuesta etapa anterior de contracción o de otras características es pura especulación indemostrable por medida experimental alguna.
Lo que posiblemente exista sin estar naturalmente ligado a un entorno espacio-temporal, y como consecuencia sin ser afectado por las cuatro interacciones físicas, no será materia . La palabra "espíritu" tiene como significado más elemental la connotación de "no-materia", y su primera aplicación filosófico-teológica es designar a la Causa de que exista la materia, al Creador, eterno sin tiempo e inmenso sin espacio. Como caracteres positivos, el espíritu creador debe tener la omnisciencia que le permite conocer todas las posibilidades de ajuste de los parámetros de la realidad que crea, la libertad de elegirlos según un plan determinado libremente, la potencia infinita de dar el paso total de nada a algo. Es, por tanto, un Espíritu cuya Inteligencia y Voluntad libre exigen su entidad personal que se manifiesta en el nivel de Vida consciente.
En el orden creado, es lógico aceptar como posibilidad teórica que el Creador espiritual pueda dar el ser a entidades espirituales finitas, también dotadas de vida consciente y libre, no sujetas a leyes ni restricciones espacio-temporales. Teológicamente es éste el significado de la existencia de ángeles. Más sorprendente, en principio, sería sugerir que sea posible la existencia de un ser totalmente distinto del espíritu, sujeto a existencia en continuo cambio (temporal y espacial), incapaz de conocimiento abstracto y de voluntad libre: la materia . Y es finalmente un misterio la posibilidad de un ser compuesto en que se aúna íntimamente lo material y lo espiritual, una persona consciente, inteligente y libre, pero circunscrita a un marco físico en que su actividad depende de las fuerzas de la materia y se realiza normalmente en el entorno de espacio y tiempo. Tal es la descripción del Hombre , un "microcosmos" en que se encuentran todos los niveles de existencia creada, y que, en el caso de Cristo en la Encarnación , llega a incluir la Personalidad divina.
Si el Hombre es "imagen y semejanza" de Dios como nos dice el Génesis, lo es por su inteligencia y su voluntad libre, no por ningún atributo físico de su forma corporal. Tiene que ser por su entidad espiritual, pues Dios es espíritu. Pero es también parte del mundo material, polvo de estrellas, de esta Tierra que es materia prima para la vida vegetal y animal, la culminación del desarrollo evolutivo de formas vivientes a través de eones, clasificado como un primate y con material genético idéntico al de otros primates actuales en un 98%. En este entronque evolutivo se hace necesario profundizar para contestar a la pregunta de qué es el ser humano en su totalidad , ahora y en el futuro de la vida eterna.
CONCEPTO DE HOMBRE: ANTROPOLOGÍA ESENCIAL
La esencia de las cosas se manifiesta por su actividad, y este es el significado del concepto filosófico de "naturaleza": la esencia considerada como principio de actividad propia de cada ser. En el ser humano hay dos niveles claramente distintos de actividad en un único sujeto, un YO que se conoce a sí mismo como raíz de atribución última de procesos orgánicos y psicológicos.
Todo lo que tenemos en común con los demás vivientes del reino animal puede explicarse como efecto de una herencia de programación genética, ya sea en funciones fisiológicas inconscientes (debemos estudiar anatomía para saber qué órganos tenemos y qué operaciones realizan), ya en comportamientos instintivos, conscientes o no. En cuanto el resultado de este nivel de actuar es finalmente una secreción química o una actividad física , su razón suficiente puede encontrarse en las actividades de la materia por su interacción electromagnética. Ni la gravedad ni las fuerzas nucleares tienen un papel directo en las funciones orgánicas. Y no es necesario acudir a un principio activo de orden no material, pues son las leyes de la materia y sus propiedades las que deben dar razón de un resultado también únicamente material.
En cambio, al hablar de la inteligencia en sentido estricto, capacidad de pensamiento abstracto y de consciencia (no un modo de proceder, sino de conocer ) el resultado de nuestra actividad no es ya de orden físico. El pensamiento no tiene parámetros medibles por ningún instrumento: ni masa, ni dimensiones, ni carga eléctrica, ni actividad sobre la materia externa a nosotros. No cumple la definición de materia aceptada por las ciencias físicas; no es intercambiable con ninguna forma de energía o de partículas . De ahí que sea totalmente ilógico buscar en las fuerzas de la materia una razón suficiente de su existencia, ni de su contenido de información o de su validez lógica o de su verdad o belleza: la actividad de la materia solamente produce efectos materiales. Sería equivalente a someter a análisis en el laboratorio el libro del Quijote para determinar su valor literario, o intentar dar una ecuación para probar la calidad artística de un cuadro o el juicio ético de un comportamiento.
De un modo semejante, la actividad volitiva libre se da en un nivel en que las leyes de la materia no proporcionan una explicación completa, aun para actos que se realizan con las fuerzas de la materia de nuestro cuerpo. Puedo describir en detalle cómo doblo mi brazo, con la conversión de reservas de energía química en energía mecánica, pero todo ese proceso no me dice por qué el brazo se dobla cuando yo quiero . La realidad social del Hombre como sujeto de derechos y deberes, desde lazos de familia al plano internacional, y nuestra relación con Dios, exigen admitir lo que la consciencia nos da como evidente: que somos libres y responsables de nuestras acciones y, como tales, sujetos de derechos y deberes. Aun quienes hacen profesión de negar la libertad humana (al menos como afirmación en Psicología) exigen responsabilidad de sus actos a otros seres humanos, y sin esta base sería imposible una sociedad superior a la mera actuación de conjunto de un rebaño de animales.
Nada hay en la descripción física de la materia que pueda considerarse como razón suficiente de consciencia o libertad; quienes quieren reducir a la persona humana a un juego de fuerzas físico-químicas tienen que especificar cómo han de brotar de alguna de las fuerzas de la materia esos procederes que tales fuerzas de ningún modo implican. Por eso resulta mero juego de palabras hablar de un "emergentismo" que, sin base alguna concreta, afirma que todo lo que es propio de nuestra actividad intelectual y volitiva libre se debe exclusivamente a una estructuración suficientemente compleja de neuronas en el cerebro, resultado de una evolución puramente orgánica, para constituir un "super-ordenador" con billones de neuronas. Tal reduccionismo materialista lleva a la negación en el Hombre de una realidad espiritual creada por Dios, y también a la afirmación de una muerte total que destruye al ser humano sin posibilidad de existencia cuando se deshace el organismo material. Todo lo cual es teológicamente inaceptable, y filosóficamente gratuito por más que se presente como de nivel estrictamente científico, a pesar de fundarse en una concepción de la materia que no corresponde a lo que aceptan las ciencias experimentales
Ejemplos de una supuesta explicación meramente física de un contenido significativo, sea en la pantalla de un televisor o en las funciones de una computadora, muestran lo contrario de lo que se pretende. Las fuerzas electromagnéticas que dirigen la formación de la imagen en la televisión necesitan ser controladas por un agente inteligente en la emisora: no protestamos a la compañía suministradora de energía eléctrica por un programa aburrido o falso. Ni podemos culpar a las corrientes en los transistores de un ordenador de que hayamos escrito una poesía sin valor literario suficiente. Ni en un caso ni en el otro son las fuerzas electromagnéticas las que dan significado a los símbolos de imágenes o palabras, como no es la tinta ni la celulosa de un papel escrito lo que constituye una gran novela. Como dijo Einstein (cuando le preguntaron si algún día podría la Física explicarlo todo): "No tendría sentido. Una gráfica de presión atmosférica, cuando toca una orquesta, no es equivalente a una sonata de Beethoven".
Por la lógica más estricta, impuesta por la definición de materia y el principio básico de razón suficiente , nos vemos obligados a aceptar en el Hombre una realidad no-material, espiritual, un alma que -a imagen de Dios- es capaz de conocer y amar aun lo invisible en una búsqueda constante de Verdad, Belleza y Bien. El alma forma con el cuerpo material un único sujeto, consciente y libre en el nivel de actividad específicamente humana. No es el Hombre un espíritu angélico aprisionado en la materia y destinado a liberarse de ella, ni tampoco un animal mejor programado genéticamente. La materia del cerebro no es consciente de sí misma , ni sabemos qué ocurre en el ojo cuando leemos una poesía o gozamos de la belleza de una flor: somos conscientes del objeto externo, pero no de los procesos fisiológicos.
Dos elementos constitutivos forman un todo, el Hombre, con influjos mutuos innegables y profundos, de tal modo que el espíritu existe "a modo de materia", circunscrito a un espacio y tiempo y dependiendo, aun para su actividad no-material más sublime, del funcionamiento correcto del cuerpo y de pasos sucesivos de aprendizaje o raciocinio. Y las funciones más obviamente materiales, como la digestión, la circulación de la sangre, el sudor, se ven claramente afectadas por ideas, preocupaciones, gozos, de orden puramente intelectual. No es posible a largo plazo tener una salud perfecta independientemente de problemas psicológicos.
PROBLEMAS FILOSÓFICOS Y TEOLÓGICOS
La filosofía Aristotélica, utilizada siglos más tarde por Sto. Tomás de Aquino y sus seguidores en la Escolástica , concebía la naturaleza íntima de la materia en general, y especialmente de entidades biológicas, como fundada en dos elementos básicos, uno de naturaleza puramente pasiva y otro como principio de actividad: materia y forma. Ambas palabras tienen aquí un significado técnico, diverso del que les damos en el lenguaje ordinario y que tiene muy poca probabilidad de ser aceptable en el ámbito científico. Porque todavía se usan al hablar de la especial dualidad que se encuentra en el Hombre, será útil explicar en cierto detalle lo que implica, recordando siempre que esta teoría no tiene valor dogmático como tal.
En la teoría hilemórfica el elemento pasivo ( hyle ) se denomina "materia prima" y se considera un mismo elemento básico de todo ser material, ya que es pura potencialidad, sin propiedad alguna concreta, sólo posibilidad de ser un objeto real por su unión a la forma ( morfé ) y por tanto es incapaz de existir por sí misma o de actuar en modo alguno. No tiene correspondencia en ningún elemento, partícula o energía, de la Física actual, y parece más una construcción lógica que una parte del mundo físico, aunque sus defensores quieren presentarla como parte real de la naturaleza.
La "forma sustancial" no es una disposición de planos o volúmenes (forma accidental), sino un elemento activo que tampoco puede existir por sí mismo, sino que necesariamente debe unirse a la materia prima, dando lugar así a un ente real (materia segunda) con propiedades que determinan la actividad característica de cada elemento químico. Un "cambio sustancial" en el modo antiguo de entender la química –como la reacción de hidrógeno y oxígeno para producir agua- se explicaba en términos de la destrucción de las "formas" de esos dos elementos y la adquisición de la "forma" de agua. Sorprendentemente, la nueva forma –pura actividad- debía extraerse de las potencialidades de la materia prima, definida como pura pasividad. Es la materia segunda la que la ciencia estudia y clasifica por sus propiedades a niveles diversos.
Seres vivos también se concebían como compuestos de materia y una "forma" viviente adecuada a cada uno, que debe cambiar la naturaleza de los alimentos sin vida para hacerles parte del viviente. En su versión original, la teoría afirmaba que solamente una forma puede estar unida a la materia prima, en un momento dado, modificándola para constituir una entidad real. Un punto de vista imposible de reconciliar con el hecho bien conocido de que cada átomo en nuestro cuerpo sigue teniendo exactamente las mismas propiedades (incluso de radioactividad) que tenía antes de ser asimilado. Todavía menos plausible es que desaparezcan todas las formas vivientes de células en un cultivo de laboratorio cuando luego un tejido epidérmico se aplica a un paciente y viene a ser parte de ese ser viviente real.
En el Hombre se adapta la teoría hilemórfica para explicar la unión del cuerpo (materia) y el alma (espíritu), expresando su mutua relación con la frase "el espíritu informa al cuerpo", para constituir la realidad humana total. En este caso todavía hay dos niveles de actividad, como queda dicho, y ambos tipos pueden encontrarse fuera del Hombre dando lugar, independientemente, a vida animal (con los mismos procesos biológicos) o a la vida puramente espiritual de los ángeles y de Dios mismo. No puede decirse que estos dos tipos de entidad, materia y espíritu, no pueden existir el uno sin el otro, y así resulta razonable pensar que, después de la muerte, el alma humana puede todavía vivir como espíritu aun sin el cuerpo. Tal manera de hablar está de acuerdo con la enseñanza teológica de veinte siglos de Cristianismo, afirmando que los que mueren en unión con Dios gozan de vida eterna en el cielo antes del día final de la Resurrección , mientras el cuerpo se corrompe en la tumba. Desde la promesa de Cristo crucificado al ladrón arrepentido, "Hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23, 43) hasta los documentos más recientes del Catecismo de la Iglesia Católica (nos. 997,1005, 1022, 1023) la idea de una verdadera vida del alma después de la muerte es una enseñanza dogmática que se presenta explícitamente cuando se canoniza a un nuevo santo.
Aun así, es verdad que el alma sola no es una persona humana completa, aunque sea la fuente de las actividades más nobles que nos constituyen en un nivel superior al de los demás animales, y que son la razón de que se nos denomine Personas. Por eso se han propuesto interpretaciones de la muerte que intentan evitar la aparente contradicción de afirmar que se da un sujeto personal que puede dividirse y existir sólo en parte. Las soluciones sugeridas o bien afirman la aniquilación total de la persona al morir, seguida de una nueva creación en el último día, o adelantan la resurrección personal al momento de la muerte, pero con un cuerpo no material. Ambas alternativas son incompatibles con la lógica filosófica y con la teología dogmática. Veamos brevemente por qué.
Una muerte del alma, en el sentido estricto de esa palabra, es filosóficamente inaceptable. Un espíritu no tiene metabolismo ni envejecimiento ni desgaste que pueda llevar a la muerte. Una nueva creación –de la nada- produciría otro ser humano sin relación con el que ha muerto, sin que la existencia del anterior diese una razón lógica de responsabilidad para premio o castigo del nuevamente creado. Y la solemne proclamación de un santo, cuya protección e intercesión se busca en nuestras plegarias, sería totalmente sin contenido. Desde las cartas de San Pablo hasta el presente, la Iglesia habría enseñado un error acerca de uno de los puntos más importantes de nuestra esperanza. La asistencia del Espíritu Santo, prometida por Cristo a su Iglesia, se quedaría en palabras vacías.
Una resurrección personal con un cuerpo "no-material" es una contradicción verbal, como un círculo cuadrado. Un cuerpo no puede ser sino una estructura material y es la materia del planeta Tierra la que constituyó el cuerpo de Cristo cuando "el Verbo se hizo carne" en la Encarnación y esta realidad corporal se exige para la totalidad humana. Si se niega que Cristo resucitado tiene un cuerpo real, la Resurrección se convierte en un juego equívoco de palabras, contradiciendo las ideas de los Apóstoles como judíos y el contenido de los Evangelios que muestran a Cristo insistiendo en su realidad humana (no un fantasma) hasta el punto de exigir que le toquen y de comer con ellos varias veces (véase la NOTA no.1 al final de este ensayo, donde se explica cómo este punto de vista es también incompatible con la realidad de la Eucaristía ).
El dogma de la Asunción , que es únicamente la proclamación de que María con su total realidad humana –cuerpo y alma- goza ya anticipadamente de la gloria, sin esperar al fin de los tiempos en sentido alguno, es también incompatible con la afirmación de que en la vida eterna el cuerpo no existe. Es del cuerpo de María de donde Dios tomó carne humana, y esa es la razón del privilegio que implica la glorificación de su cuerpo cuando su alma entró en la gloria propia de la "Madre del Rey" eterno. Referencias al final de este ensayo pueden servir para un análisis detallado -de autores y puntos de vista- que aquí resultaría imposible hacer.
IDENTIDAD PERSONAL – "MI CUERPO"
La profesión de fe cristiana incluye la afirmación de identidad personal ahora y en la resurrección, en que el alma se reúne con su cuerpo (Catecismo no. 997), y esta verdad no tiene sentido sino en la antropología -cristiana y lógica- de la realidad material que llamamos "mi cuerpo". Pero necesitamos profundizar en el significado de esta expresión común, a la luz de los datos de la fisiología y de las ciencias físicas, utilizando y ampliando las ideas expuestas previamente. De no hacerlo así, es fácil caer en aparentes contradicciones, al menos en el caso de la resurrección común al fin de los tiempos, cuando personas muertas en diversos momentos de su desarrollo orgánico y con variedad de taras físicas -aun antes de la situación de enfermedad mortal- deben recuperar su mismo cuerpo , aunque libre ya de todas esas limitaciones.
La resurrección de Cristo, con su secuela de la tumba vacía, no presenta un problema de identidad numérica (no solamente específica): Él quiso que los discípulos tocasen y viesen sus heridas como prueba clara de que era su mismo cuerpo el que ahora veían vivo, un cuerpo que -a pesar de las torturas de la Pasión- se encontraba en su plenitud humana. En la Asunción de María (aunque hubiese muerto) tampoco parece que haya destrucción corporal previa a su resurrección, de modo que su identidad no se cuestiona, pero puede suponerse un cierto deterioro con la edad, problema al cual debemos también dirigirnos.
El ser humano, en un desarrollo ininterrumpido, crece desde la única célula del óvulo fecundado hasta una estructura complejísima de unos 100 billones de células en el cuerpo adulto. A lo largo de todo este proceso se mantiene la identidad personal, compatible también con el constante intercambio de moléculas y átomos dentro de cada célula, y la renovación de tejidos celulares (con la posible excepción de las neuronas). Esto nos obliga, cuando queremos definir lo que es "mi cuerpo", a pensar en términos distintos de la mera colección de unidades elementales, células, moléculas, átomos. No puede exigirse ni un número ni una individualidad de elementos concretos para constituir ese todo que es, con el alma, mi YO personal, en constante cambio, pero permaneciendo el mismo Hombre a través de una vida en que todos sus componentes se renuevan muchas veces.
La medicina moderna pone esto más de relieve cuando utiliza células, por ejemplo de la piel, para cultivarlas en un laboratorio y luego trasplantar el tejido así obtenido para cubrir una quemadura. Cada una de esas células tiene vida propia, y como animales independientes proliferan en el cultivo, pero vuelven a ser parte del paciente al realizarse el injerto. Lo mismo puede decirse en el caso de transfusiones de sangre o médula y de trasplantes de órganos, bien de un donante vivo o de un cadáver reciente. No cambia la personalidad del que recibe tal órgano, como tampoco deja de ser su cuerpo el del paciente que recibe una prótesis metálica en una cadera, o incluso un corazón artificial. Todo lo cual nos indica que no podemos fijarnos en la materialidad de cada componente para hacer depender de él la identidad corpórea.
"Mi cuerpo" puede definirse solamente en términos de su unión íntima con el espíritu que le da ser sujeto personal, y que en desarrollo conjunto vive a través de los órganos materiales por la adquisición de datos a través de los sentidos, las reacciones de todo tipo al entorno, la comunicación cognoscitivo-volitiva con otros individuos, la expresión de sus vivencias más íntimas . Cuerpo y alma están sintonizados de una manera profunda y misteriosa, que no depende de un átomo o una molécula concreta, y es esta "sintonía" la que hace que tal conjunto material –aun cambiante- sea siempre "mi cuerpo" (Véase la NOTA no. 2 ). Todo lo cual se refuerza desde el punto de vista de la ciencia física más moderna, en que se afirma que las partículas subatómicas de cada tipo son indistinguibles, sean éstas protones, neutrones o electrones. Y es aún más plausible si se admite la idea de tales partículas como perturbaciones localizadas del substrato llamado "vacío físico", reducto final de la realidad material más básica.
De esta manera deja de ser un problema filosófico o teológico el que cada uno de nosotros resucite con su mismo cuerpo, pero sin que tenga los mismos átomos, uno a uno, de ningún momento determinado de nuestra vida, ni tampoco del momento de la muerte. Ni el niño que muere al nacer será siempre un adulto malogrado ni el anciano decrépito tendrá eternamente el cuerpo gastado y deformado de sus últimos años. No sabemos expresar el canon de perfección humana compatible con la increíble variedad de miles de millones de personas distintas, pero también en esos cuerpos se verificará el dicho escriturístico de que cada estrella se distingue de otra, siendo todas hermosas y brillantes.
LA VIDA TRAS LA RESURRECCIÓN
Solamente en la descripción de cómo Cristo resucitado se manifiesta a sus apóstoles y discípulos podemos encontrar una base muy limitada para conocer de qué modo existe el ser humano después de esa transformación. No se trata de un mero revivir para añadir algunos años a la existencia terrena, como en el caso de Lázaro o el hijo de la viuda de Naín, sino de un nuevo modo de relacionarse el espíritu con la materia del cuerpo, y de todo el ser humano con el mundo físico de nuestra experiencia.
Los apóstoles se autodefinían como "testigos de la resurrección", que vieron y tocaron al Señor y comieron con Él después de haberle visto muerto y sepultado (Lc 24, 30, 39-40, 41-43; Jn 20,20 y 27; 21, 9, 13-15). Contra todos sus prejuicios, se ven forzados a admitir que es verdad que el mismo Jesús ahora vive, aunque de un modo nuevo. No saben claramente interpretar sus experiencias, que constantemente causan su asombro, pero no pueden dudar jamás de lo que vieron y tocaron, y por esa convicción dan su vida y sobre ella fundan la Iglesia contra todos los poderes del mundo.
Con el punto de vista casi groseramente corporal que se manifiesta en la Biblia a cada paso al hablar del Hombre (evidente también en las reacciones de los Apóstoles) no tiene sentido una "resurrección" que no les abrume con la convicción de que el Cristo viviente es aquel que vieron muerto en la cruz, con sus mismas heridas como señales inequívocas de identidad. La misma palabra "resucitó" se convertiría en un equívoco absurdo si no hubiese un cuerpo palpable como tal ( volver a vivir no tiene sentido sino para lo que estaba muerto) Tal absurdo se vuelve una contradicción evidente si, previamente, se dice que el ser humano es solamente materia y que en la resurrección no hay materia.
Pero Jesús actúa con una total independencia de restricciones físicas. Se hace presente en un recinto cerrado, y deja de estar presente también sin traslación visible y sin que deba traspasar barreras. Es visible o no a voluntad, y cuando no lo es no puede asignársele una localización. Puede ser tocado; habla y escucha, se mueve y come, con sus gestos propios, reconocidos por sus discípulos. Por tener estas operaciones, demuestra ser materia, cuerpo hecho de carne y huesos, "no como un fantasma" (Lc 23, 39). Pero su cuerpo no requiere comida ni está limitado al marco espacio-temporal de la existencia terrena. Es un cuerpo "espiritual", que existe a modo de espíritu , siendo capaz todavía de las actividades propias de la materia.
Quienes ven una contradicción entre el concepto de materia y este proceder descrito en los Evangelios están, consciente o inconscientemente, utilizando una idea vulgar de lo que es materia en términos de la experiencia sensorial macroscópica. Ya quedan explicadas las situaciones múltiples en que el modo de hablar de la ciencia moderna, sobre todo de la Mecánica Cuántica , exige admitir que todos estos fenómenos -de movimiento discontinuo, compenetración, multilocación, a-espacialidad-, no son imposibles a la materia, aunque solamente sean observables en el laboratorio en el caso de partículas elementales. Pero lo que ocurre a una partícula puede ocurrir a un conjunto de muchas, al menos por el poder de Dios. No se trata de discutir limitaciones tecnológicas, sino de la posibilidad o imposibilidad absoluta y esencial. Y a ese nivel no hay absurdo en decir que el cuerpo resucitado puede ser verdadero cuerpo material ( no tiene sentido otra clase de "cuerpo" real ), pues permanece siempre su capacidad de actuar como la materia lo hace normalmente.
LA PERSONA HUMANA EN LA ETERNIDAD
Si hemos dicho que en nuestra vida terrena el espíritu existe " a modo de materia ", con las restricciones de espacio-tiempo y la dependencia de procesos corporales, podemos ahora decir que el cuerpo resucitado existe " a modo de espíritu ", totalmente flexible a la voluntad de ese espíritu que es, de por sí, independiente de espacio y tiempo. Por eso no necesita un lugar donde estar: el cielo no tiene coordenadas dentro del universo de las galaxias, ni tampoco es correcto suponer otra "dimensión" física en que localizarlo, pues Dios no existe en dimensión alguna material, ni tampoco los ángeles, y los resucitados serán "como los ángeles de Dios" (Mt 22,30).
No puede haber desgaste ni envejecimiento en una eternidad que no tiene duración, sino que es un no-tiempo incomprensible, como también es algo que nos supera el pensar en Dios como pura actividad sin sucesión ni cambio. Todo lo cual merece verdaderamente ser descrito como "nuevo Cielo y nueva Tierra", no necesariamente por ser creadas nuevas estrellas y planetas, sino por el nuevo modo de existir que se refleja en esas palabras.
Es verdad que la predicción de la Cosmología científica, de un Universo destinado al cese de toda producción de energía estelar, para terminar en un estado de vacío, oscuridad y frío, nos hace sentir una especie de desaliento y añoranza por tanta belleza finalmente destruida. No es posible a la ciencia decir otra cosa por la aplicación de leyes físicas al proceder normal de la materia. Cómo tiene Dios previsto el "recapitular todas las cosas en Cristo" (Col 1, 12-20) no es posible a la ciencia decirlo, ni tienen tampoco la filosofía o la teología datos suficientes para contestar, y sería "teología ficción" el intentarlo.
Si la actividad puramente material no tiene importancia a los ojos de Dios, ni hay razones de preferir materia ardiente a materia fría, también es verdad que Dios se hizo Hombre en este planeta con sus condiciones especiales para sostener la vida. Y Cristo, que apreció la belleza de las flores y la frescura de un vaso de agua, puede hacer que todo cuanto hay de bueno en la creación permanezca de alguna manera también en la vida eterna. No son las leyes físicas algo que coarta la libre omnipotencia de quien quiso enaltecer a la materia llevándola al trono de la Trinidad , donde la humanidad de Cristo es adorada por los ángeles. Así la materia se "salva de la futilidad", como dice San Pablo, pues es la evolución del Universo el modo maravilloso de cumplir el plan de Dios de someter todo lo creado al poder de Cristo.
ESPERANDO LA RESURRECCIÓN
Como última pregunta acerca de la resurrección y la entrada del cuerpo en la vida eterna, es posible tratar brevemente el problema antropológico de la existencia del alma después de la muerte y antes de la parusía. Creo, por las razones ya explicadas al hablar del hilemorfismo, que no hay una inconsistencia lógica en admitir la posibilidad de que el alma exista y actúe como espíritu sin unión con la materia, a pesar de estar esencialmente destinada a esa unión. El modo de hablar de la Iglesia a lo largo de los siglos, y la canonización de los santos, solamente implican que el alma goza ya de la visión de Dios en el cielo, aun sin el cuerpo. No es preciso más para dar contenido a nuestra fe en el premio de los justos, aun antes de la resurrección al fin de los tiempos, con el paso previo de un juicio particular en el momento de la muerte.
La discusión de ese "estado intermedio" se ve necesariamente complicada por la idea de tiempo, que entra en todos nuestros raciocinios, pero que no puede aplicarse a Dios ni tampoco -unívocamente- a la existencia de una realidad espiritual, aun creada y finita. En la ciencia de hoy se llega a postular un tiempo discontinuo, con mínimos -tiempos de Planck- que implican que entre tiempo y tiempo , "no hay tiempo", aunque la misma formulación parece contradictoria. Si se admite una realidad física de orden accidental, que solamente sitúa a la materia en el tiempo (como otro parámetro físico la situaría en un espacio igualmente discontinuo), llegaríamos a la conclusión lógica de que el tiempo no es aplicable sino a la materia , y ese parece ser el sentido de las frases ya citadas del Catecismo de la Iglesia Católica con respecto aun al cuerpo resucitado.
La Teología nos dice que para Dios todo existe en un "ahora" sin sucesión ni intervalos de espera, aunque para nosotros tales tiempos son tan obviamente reales como los que transcurren entre el nacer y el morir de cada uno. Extendiendo este raciocinio a la persona que muere, deberíamos decir que para nosotros hay un intervalo de espera entre esa muerte y la resurrección futura. Pero para Dios, no hay espera. Y si el alma existe fuera del tiempo, tampoco hay espera para ella : podría decirse, en consecuencia, que el alma nunca existe separada del cuerpo desde el punto de vista de un espíritu , pero sí desde el nuestro.
Si esto parece una evasión lingüística, siento que no puedo explicarlo mejor, pero no quiere ser un juego de palabras, sino aplicar a un espíritu humano el modo teológico de hablar de la presencia atemporal de Dios en nuestra historia y en la eternidad, que no es un tiempo largo, sino un no-tiempo de inmutabilidad permanente.
No hay en nuestra ciencia y filosofía, donde abunda lo difícil de comprender, nada más difícil -aun de enunciar- que el problema de la naturaleza del tiempo. Es en esa a-temporalidad divina donde una y otra vez nos encontramos con el misterio más profundo, ya sea que miremos al pasado de un comienzo del Universo –sin un "antes"- al futuro de su evolución física, al conocimiento eterno de nuestra actividad libre, o a la esperanza de una existencia tras la Parusía que ya no puede medirse por intervalo alguno. Si hemos de "ser como Él" (1 Jn 3, 2) cuando le veamos como Él es, parece lógico que nuestra existencia a partir de ese momento sea también una eternidad atemporal
INFINITUD DE SABIDURÍA, PODER Y AMOR
Si no podemos entender la materia de nuestra experiencia terrena, ni nuestra propia naturaleza con su misteriosa unión de materia y espíritu, sería ciertamente atrevido el exigir que entendamos a Dios y sus planes de providencia omnipotente. Más bien debemos suponer que cuando un Amor infinito tiene a su disposición infinita Sabiduría e infinito Poder, todos nuestros esfuerzos filosóficos y todas nuestras imaginaciones serán insuficientes.
Tenemos los datos de la Fe acerca de la Resurrección , real e histórica, de Cristo: nuestra fe depende de este dogma, sin el cual, en palabras de San Pablo, mereceríamos el ridículo de ser considerados "los seres humanos más miserables". Cristo y María existen ya ahora, sin restricciones espacio-temporales, con verdaderos cuerpos humanos. Cristo resucitado podía hacerse visible y tangible a voluntad. No afirmamos que ocurra lo mismo en experiencias místicas, aun aquellas que la Iglesia considera ser de origen sobrenatural.
La misma transformación que experimentó el cuerpo de Cristo y que ya ocurrió también al de María, se promete a sus miembros que mueren en su gracia. La Cabeza del "Cuerpo Místico" ha entrado en su reino, y la participación en su gloria es el estado final que esperamos alcanzar por su generosidad infinita. Parece que una verdadera existencia humana debe mantener la posibilidad de interacción de espíritu y materia que experimentamos en nuestras emociones, pero no es algo que puede afirmarse con seguridad cuando tratamos de un modo de vida tan fuera de nuestra experiencia e imaginación. Tal vez deba bastarnos, compartiendo el asombro humilde de San Pablo, decir como él que " ni ojo vio, ni oído oyó ni cabe en entendimiento humano lo que Dios tiene reservado para los que le aman " (1 Co 2, 9).
P. Manuel Carreira SJ
NOTA no. 1
En la Teología Católica , refrendada por la tradición de siglos y las definiciones conciliares, se habla del cumplimiento de la promesa de Cristo (c. 6 de San Juan) de darnos a comer su Cuerpo y a beber su Sangre. En la última Cena, ante sus Apóstoles, el Señor tomó en sus manos un trozo de pan y anunció: "Esto es mi Cuerpo , que se entrega por vosotros". Luego, con el vino en el cáliz: "Esta es mi Sangre , que va a ser derramada". Estas frases no pueden tener otro sentido que la afirmación de identidad entre lo que sigue teniendo aspecto y sabor de pan y el Cuerpo de Cristo, el que está a la mesa y es visto y tocado por los Apóstoles ( no hay otro ). Y la Sangre que va a ser derramada , tiene que ser –necesariamente- la que en aquel momento corre por sus venas: no hay otra. Así lo ha entendido y proclamado la Iglesia sin vacilaciones a lo largo de veinte siglos.
Cuando en la celebración eucarística el sacerdote –como impersonación de Cristo- repite esas palabras, los fieles adoramos lo que sigue pareciendo pan y vino, sabiendo que ante nosotros se actualiza la misma acción de la última Cena . Es el mismo Cuerpo de Cristo que veían los Apóstoles y que recibieron en forma oculta, como lo recibimos nosotros. Es la misma Sangre que iba a ser derramada y que ellos bebieron. Decir que después de la Resurrección Cristo no tiene verdadero Cuerpo material como lo era el de la última Cena, es vaciar de sentido toda la vida sacramental de la Iglesia , centrada en la Eucaristía donde anunciamos la Muerte y Resurrección del Señor.
NOTA no. 2
En la Eucaristía nada observable ocurre como resultado de las palabras de la consagración. Tal vez sea posible hablar de un cambio de relación entre el alma de Cristo y la materia del pan y vino de modo que se da el mismo estado de íntima sintonía que hace que un conjunto de partículas –aun cambiante- sea "mi cuerpo". Tal relación constitutiva de la entidad humana se obtendría con respecto a todos los elementos eucarísticos consagrados en todo el mundo, gracias al infinito poder que Cristo tiene para someter todo a su dominio .
No se trata de un símbolo ni de un nuevo significado ("trans-significación" en vez de trans-substanciación) sino de una unión real de espíritu y materia de la misma naturaleza que la que convierte en "mi cuerpo" lo que se añade a mi realidad material con el alimento o el desarrollo orgánico.
La presencia simultánea de Cristo en multitud de lugares no es un problema según las ideas de la Mecánica Cuántica , y lo mismo puede decirse de la presencia total de su Cuerpo y Sangre en cada parte mínima de las especies sacramentales.
Bibliografía
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APÉNDICE: LA SÁBANA DE TURÍN
Además de los relatos evangélicos hay varias reliquias tradicionalmente relacionadas con la Pasión , y una -especialmente misteriosa- que es probablemente el lienzo que envolvió el cuerpo de Cristo en la tumba hasta el momento de la resurrección. Esta es la Sábana de Turín, el objeto arqueológico más intensamente estudiado de toda la antigüedad.
En ese lienzo hay las manchas de sangre que se esperarían como resultado de una flagelación romana y de una crucifixión, además de las heridas punzantes –no previstas normalmente- de un capacete de espinas sobre la cabeza y una herida en el costado de un golpe de lanza después de la muerte. Por esas y otras consideraciones anatómicas propias de la medicina forense, puede decirse que la única razón explicativa de tales manchas es que la tela se usó para envolver el cadáver de una persona que sufrió todos los tormentos que los Evangelios mencionan en la Pasión de Cristo, y no puede sugerirse lógicamente ningún otro personaje concreto.
Que el lienzo se haya guardado con veneración durante siglos cuando conocemos la obsesión judía de evitar la impureza legal debida aun al simple contacto con una tumba, lleva a pensar que algo muy extraordinario ocurrió que obligó a considerar la Sábana no como la mortaja de un difunto, sino como la reliquia preciosa de un Maestro viviente. Los detalles de cómo Pedro y Juan vieron los lienzos en la mañana de Pascua indican también que algo muy extraño les llevó a creer que la tumba vacía no era el resultado de un robo absurdo (¿por quién?) sino más bien de la desaparición misteriosa de su querido Señor.
Aun así, lo que vemos en la Sábana de Turín, aceptándola como la mortaja de Cristo, solamente nos muestra un cadáver. Pero hay algo inusitado en esta reliquia: la imagen a tamaño natural, de frente y dorsal, de un cuerpo humano entero. No vemos tan sólo manchas de sangre, sino su anatomía total, especialmente en fotografías de alto contraste con los tonos invertidos como cuando se trabaja con un negativo fotográfico.
Esta imagen es inexplicable, y nadie ha conseguido duplicarla aun con la tecnología más moderna. Encontramos simultáneamente detalle sorprendente y una relación entre intensidad y la distancia plausible del lienzo al cuerpo que permite una reconstrucción tridimensional imposible de conseguir con técnica alguna fotográfica o pictórica. Hipótesis basadas en la difusión de gases del cadáver al lienzo no pueden explicar el detalle, y un contacto exacto no es compatible con la tridimensionalidad ni con la ausencia de distorsiones anatómicas previsibles. Una radiación (postulada sin razón lógica de su presencia o características) debería emitirse isotrópicamente o en haces colimados, pero se explicaría así o la tridimensionalidad o el detalle, no ambas cosas por un único proceso.
Los Drs. Fanti y Whanger han sugerido una "descarga de corona" (de electricidad estática), que no implica verdadera radiación salvando diversas distancias del cuerpo a la tela, sino un casi contacto que permite afectar al lino. No se presenta una razón convincente de que haya los voltajes muy elevados requeridos para tal descarga, ni de que ésta ocurra solamente en trayectorias verticales (no hay imagen lateral). El Dr. Jackson, todavía usando la palabra "radiación", sugiere luz ultravioleta de una longitud de onda que es especialmente absorbida por el aire, permitiendo su disminución de intensidad con la distancia. Y en lugar de colimar sus rayos (¿cómo?) propone que –en el momento de la resurrección- el cuerpo se volvió "mecánicamente transparente" de modo que el lienzo cayó a través del cadáver y fue afectado por la luz UV a diversos niveles por contacto sucesivo o su equivalente. No se da una razón de que tal emisión de UV ocurra, pero si se diese, afectaría al lino como hoy se ve.
El Dr. Rogers, mediante pruebas químicas, determinó que el color que forma la imagen (un color pajizo muy débil) se encuentra solamente en una capa muy fina que cubre las fibrillas más externas de cada hilo de lino. El color puede disolverse con diimida y deja celulosa totalmente blanca. Un color semejante y con esa misma solubilidad se obtiene en reacciones de Maillard, cuando polisacáridos se ven afectados por reactivos con el grupo amínico, algo que se espera se encuentre en gases emitidos por un cadáver aun antes de verdadera corrupción. Él admitió que por sí solo este proceso no explica el detalle que observamos.
Sin intentar resolver un debate de química o física para determinar el mérito relativo de cada propuesta, parece que un paso previo muy positivo sería el buscar una razón de que algún tipo de energía estuviese asociado con la resurrección y el cómo de su posible contribución a producir la imagen. Lo único que puede sugerirse es el cambio de existir en el entorno físico de espacio y tiempo a la nueva existencia sin esos parámetros. Si las propiedades de localización y temporalidad son reales, deben implicar algo de orden físico en el objeto que se ve afectado por ese entorno espacio-temporal. Es así previsible que cesando el modo original de existir, hablando coloquialmente, el cuerpo "suelte" aquello que le anclaba dentro del universo normal. Sería un tipo de energía –aún desconocida- que, como cualquier otra, podría afectar su entorno en una forma probablemente mínima.
Tal energía sería semejante en sus efectos superficiales a una descarga de corona (sin requerir altos voltajes) que actuaría por contacto sucesivo, como sería de esperar –siguiendo al Dr. Jackson- si el cuerpo deja de estar en el espacio y no presenta resistencia al peso de su envoltura de tela. Como ningún proceso físico es instantáneo, el lienzo cae una pequeña distancia mientras la energía existe y se desvanece, y su presencia con diversa intensidad facilitaría las reacciones químicas que producen el color superficial, sin afectar a la celulosa de los hilos. Tal efecto podría darse también en otros objetos muy próximos al cuerpo.
No es preciso postular una preparación especial del lienzo para explicar la imagen, aunque –siguiendo al Dr. Rogers- sería más bien el apresto del lino que la celulosa lo que entraría en las reacciones de Maillard. Y cualquier conjunto de manchas, sea cual sea su origen, puede fotografiarse y producir una imagen de tonos invertidos en un material sensible a la luz (placa fotográfica). Imágenes propiamente fotográficas se producen cuando un sistema óptico proyecta la luz emitida o reflejada por un objeto externo que tiene grados diversos de reflectividad, y eso puede ser una pintura, un dibujo o simplemente un conjunto de diversos objetos.
La definición clásica del Hombre, como especie dentro del reino animal, se centra en sus funciones de diverso orden de las que determina la programación genética como "instintos", de supervivencia, de buscar el alimento adecuado, de huir de peligros, de reproducirse. El Hombre participa de todo cuanto hay en otras especies de esas tendencias y modos de actuar, pero tiene una nueva tendencia innata que no se centra en reacciones de tipo material ni en necesidades fisiológicas: es la búsqueda de Verdad, Belleza y Bien, tres modos de expresar lo que significa la palabra clave, la Racionalidad. Como Animal Racional , el ser humano se distingue no sólo cuantitativamente –en grado de intensidad- sino cualitativamente de todos los demás seres vivientes en nuestro planeta. Sólo en el Hombre encontramos –ya desde la primera infancia- el constante ¿por qué? insaciable, raíz de toda ciencia en el sentido más amplio de la palabra, según sus orígenes hace miles de años: la búsqueda de razone explicativas para cuanto observamos a nuestro alrededor y en nosotros mismos.
La racionalidad se funda en tres principios de toda lógica fructífera: el de identidad, el de no-contradicción, y el de razón suficiente. El primero es la base de la objetividad científica: las cosas existen y actúan independientemente de mis preferencias o ilusiones; son lo que son, quiera yo o no sus consecuencias, y lo que son –su naturaleza- determina su actuar, sin que condicionamientos culturales o prejuicios de un investigador influyan en su proceder. Como consecuencia de esa firmeza en el ser, es necesario concluir que no pueden no-ser al mismo tiempo y bajo el mismo respecto. En cualquier intento de explicación científica, la prueba más obvia de error es que esa explicación lleve a contradicciones, sea en el formalismo matemático o en la predicción de resultados observables.
Una vez garantizada la objetividad del mundo de la naturaleza y su coherencia lógica –que no permite absurdos- el desarrollo racional exige encontrar razones suficientes, próximas y remotas en diverso grado, para explicar lo que se observa a cualquier nivel. Sólo entonces hay Ciencia, en lugar de una mera colección de datos. Generalmente se busca la razón suficiente en el entorno material en términos de "fuerzas", cualidades activas inherentes a la materia, por cuya actividad se dan las interacciones constatables experimentalmente, sea en el núcleo del átomo o en un cúmulo de galaxias. Y si usamos la palabra "Ciencia" en el sentido actual que la distingue de las "Humanidades", es precisamente la exigencia de verificación experimental –al menos posible en principio- el criterio que marca los límites de la metodología científica, como distinta de meros desarrollos matemáticos o ilusiones de "ciencia-ficción".
Así se ha desarrollado la Ciencia , y ha llevado a un progreso tecnológico imparable, a partir de los primeros trabajos de Galileo y Newton, aunque con importantes bases ya en la Grecia de siglos antes de Cristo. Es un hecho comentado por historiadores de la Ciencia , que en las grandes culturas orientales, más centradas en discusiones filosóficas y menos inclinadas a estudiar la materia, se dieron importantes avances técnicos, pero no se buscó entender al Universo y su comportamiento. Sólo en Occidente, donde la semilla griega encontró terreno fecundo en la concepción cristiana de un Universo hecho "con número y medida", refrendado por la aprobación divina después de la creación, se pudo considerar digno de esfuerzo el empeño de entender la obra del Creador.
Y es dentro de este ámbito filosófico-teológico donde se acepta como complemento de la causalidad eficiente de la materia una causalidad final que relaciona la creación con el Hombre. Un Dios Omnipotente y Sapientísimo, infinito en todas sus perfecciones, inmutable y eterno, por pura benevolencia de Amor, crea cuanto existe. Pero no le entretiene ver que las estrellas se queman durante eones, ni que animales maravillosos corretean por la Tierra : la única razón suficiente de crear –para un Dios personal, inteligente y libre- tiene que encontrarse en su deseo de compartir su felicidad con otros seres personales, capaces de conocerle, de alabarle agradecidos, de amarle como Padre en el sentido más profundo de esta palabra. El Universo tiene sentido porque está hecho para el Hombre, y el Hombre perfecciona a esta naturaleza creada como colaborador de Dios, con lo cual se convierte en voz de cuanto no tiene voz y en culminación eterna de cuanto está llamado a deshacerse en el tiempo según las leyes de la materia. Es la visión que S. Ignacio presenta como obvia al comenzar sus Ejercicios: "El Hombre es creado…y todas las otras cosas son creadas para el Hombre".
Si grandes genios –como Newton- veían como evidente esta concepción unitaria de la Naturaleza creada, el desarrollo posterior que llevó a especializaciones cada vez más restringidas, propició el abandono de todo lo no experimentable cuando se estudiaba el proceder de la materia. No era preciso buscar finalidad: ningún instrumento de laboratorio puede detectarla. Más o menos explícitamente se dio por supuesta la infinitud espacio-temporal de un Universo inmutable a gran escala, sin Creador y sin proyecto lógico. Es digno de notar el silencio general acerca de las objeciones inevitables a tal modo de pensar: un Universo con infinita masa debe producir un potencial gravitatorio infinito e idéntico en todos los puntos, negando la posibilidad de fuerzas gravitatorias (debidas a diferencias de potencial); un Universo eterno habría ya agotado todas las fuentes de energía en las estrellas. Tan arraigada estaba la presuposición de negar toda finitud, que el mismo Einstein se rebeló cuando sus ecuaciones llevaban lógicamente a un Universo evolutivo, con un principio total en un pasado calculable.
Una vez que las determinaciones de Hubble establecieron como un hecho indudable la actual expansión del Universo, y que Friedman y Lemaître demostraron que las ecuaciones de la Relatividad generalizada exigían un comienzo de alta densidad y temperatura -el Big Bang o "Átomo primordial" - Gamow pudo (ya en 1948) formular físicamente las condiciones observables hoy como consecuencia de aquella gran explosión. Así se convierte en Ciencia cuantitativa la Cosmología , el estudio del Universo como sistema físico evolutivo, rama de la Física que ha tenido un desarrollo maravilloso en la segunda mitad del siglo XX. No es necesario dar detalles de sus comprobaciones experimentales, desde la radiación de fondo de 1965 hasta las imágenes de proto-galaxias obtenidas con el telescopio espacial "Hubble". Con las palabras de Yakov Zeldovich, "el comienzo del Universo en un estado de alta densidad y temperatura es parte tan firme de la ciencia moderna como puede serlo la Mecánica de Newton". No hay alternativa.
Pero un comienzo súbito de toda la realidad material nos deja con un insistente deseo de preguntar "¿qué hubo antes ?. En forma coherente con el modo de pensar físico, espacio y tiempo están indisolublemente unidos a la materia –partículas y energía- que en ese marco tiene toda su actividad observable. No se admite un espacio absoluto ni un tiempo absoluto como había propuesto Newton (que llegaba a identificarlos con los atributos divinos), y por eso a la pregunta espontánea se contesta con un desconcertante pero inevitable " antes no había antes" .
Por otra parte, si no había un estado previo, no puede darse una razón lógica de orden físico para que el Universo comience, ni tampoco de que comience con las propiedades y parámetros que se observan. Como dice el gran físico John Archibald Wheeler: "¿Por qué hay algo en lugar de nada?" Y también, "¿qué relación hay entre las propiedades iniciales del Universo y nuestra existencia?". En un momento de sinceridad intelectual, llega a decir que si no sabemos responder a estas preguntas, podemos confesar que no hemos entendido nada. Y esto le obliga a buscar una respuesta, precisamente partiendo de consideraciones lógicas de lo que es la materia para un físico.
La raíz de que la materia pueda ser estudiada científicamente se encuentra en sus interacciones, sin las cuales no podría ser observada ni por nuestros sentidos ni por nuestros instrumentos. Toda interacción implica un cambio, que exige tiempo para realizarse. De este modo se llega a identificar la temporalidad como la razón universal de la mutabilidad de la materia Esto sólo tiene explicación si la naturaleza misma de la materia no es necesariamente algo fijado por su concepto, sino capaz de existir de diversas maneras.
Con un paso ya metafísico prosigue Wheeler: Todo lo que puede existir de diversas maneras puede ser "ajustado" para existir de una forma concreta: más aún, tiene que ser ajustado para que exista de una forma y no de otra. Y así se llega a la afirmación de la contingencia básica del Universo: tuvo que comenzar a existir y tuvo que ser determinado en su primer momento para que tuviese las propiedades que tiene y no otras, dentro del ilimitado abanico de posibilidades teóricas. Y dentro de esas posibilidades, sólo un conjunto muy restringido de parámetros físicos es compatible con el desarrollo evolutivo hasta la vida inteligente, al menos en un lugar del Universo. Por tanto, el Hombre es la razón finalística de que el Universo material sea como es, según nuestros datos.
Esto es el significado del "Principio Antrópico", propuesto desde hace más de 50 años por físicos eminentes, no por teólogos o filósofos ignorantes de la ciencia actual. El desarrollo detallado de este punto de vista lleva a subrayar el mínimo margen de variabilidad de los parámetros de la materia, que se exige para nuestra existencia, desde la cantidad total de la masa cósmica hasta las propiedades de cada partícula elemental y el valor de las cuatro fuerzas que rigen la actividad físico-química que permite la vida orgánica, al menos en nuestro planeta.
Existimos en un lugar privilegiado, con "coincidencias" imprevisibles en su formación y evolución, sin las cuales no sería habitable. Alrededor de una estrella con masa adecuada para mantener su luminosidad casi constante durante miles de millones de años, la Tierra se formó de cenizas de estrellas hace casi 5.000 millones de años, en una zona de la Vía Láctea suficientemente lejos del núcleo para evitar las radiaciones nocivas que produce el agujero negro central, pero en una parte no periférica, donde varias generaciones de estrellas de gran masa sintetizaron los elementos pesados que forman un planeta sólido. Y se condensó del disco de gas y polvo en el centro de la "zona habitable "alrededor del Sol, donde la temperatura es compatible con el agua en estado líquido, condición imprescindible para la vida.
Un choque imprevisible, con un planeta mayor que Marte, dio a la Tierra su gran satélite, la Luna , que estabiliza el eje de rotación y frenó el giro inicial demasiado rápido. De ese impacto adquirió también la Tierra un exceso de hierro –mayor que lo que tiene Venus, en contra de lo que era de esperar por la distancia al Sol- que, en estado líquido, y por el giro diurno, causa un campo magnético que protege a la superficie terrestre de rayos cósmicos solares y galácticos. La masa terrestre –equivalente a la de Mercurio, Venus, la Luna y Marte juntos- retiene una atmósfera compatible con el agua en sus tres estados, que filtra la radiación ultravioleta del Sol y arropa al planeta para darnos una temperatura moderada en la mayor parte de su superficie. El calor del núcleo de hierro (una tercera parte de la masa terrestre) es el motor de la "tectónica de placas" que renueva constantemente nuestra atmósfera y las rocas de la corteza. Ninguna de estas características es compartida por ningún otro cuerpo del sistema solar en una forma comparable.
Existe la vida humana en un momento cósmico y en un lugar que no parece ser "típico" en modo alguno, sino excepcional, tanto que Yosif Shklovskii, en un congreso en la Rusia soviética, llegó a decir –cambiando diametralmente su posición de unos 15 años antes- que nuestra existencia es literalmente un milagro, probablemente caso único en el Universo, y que de no serlo, nunca podremos enterarnos porque la probabilidad de encontrar otro lugar adecuado es prácticamente cero.
Una vez formada la Tierra , de un modo y en circunstancias todavía desconocidas, la vida apareció y comenzó un largo proceso evolutivo donde los pasos imprevisibles una vez más aparecen como apuntando al Hombre. Mientras la materia –actuando en forma determinística por sus leyes – muestra coincidencias que solamente podemos describir como fortuitas (y que atribuimos a un "azar" que no describe ninguna fuerza física ni ley de la naturaleza), el desarrollo previsto al crear el universo por un Creador que conoce toda su actividad en todos los tiempos permite admitir un plan inteligente tras el juego de necesidad y azar. Para Dios no hay hechos imprevistos, ni hay libertad de elección en el proceder de la materia.
Tras 3.000 millones de años de vida unicelular, algas con clorofila dieron a la Tierra una atmósfera con oxígeno suficiente para que un nuevo metabolismo de oxidación fuese la fuente de energía capaz de sostener vida pluricelular, primero en los océanos y luego en la tierra sólida de las placas continentales. Cinco grandes episodios de extinción masiva, en algunos casos atribuidos a impactos cósmicos, dejaron el camino despejado para la evolución hasta los primates superiores. Y muy recientemente –a escala cósmica- la materia ya preparada por eones de estructuración cada vez más perfecta, pudo recibir del Creador el espíritu capaz de pensar y querer libremente. Así aparece el Hombre como el estado final de este proceso que lleva desde el átomo al pensamiento que nos permite conocer y dominar a nuestro entorno.
Podemos decir que la ciencia moderna nos da una versión admirable de lo que el relato del Génesis presenta en forma poética, adecuada para una época pre-científica. Un único Dios Omnipotente, con un acto de su voluntad libre, hace que se dé el paso de nada a algo . Viene luego un cuidadoso proceso de estructuración de lo que será la morada del Hombre, para quien Dios prepara un hogar con cuidado providente: se hace la luz, para que todo pueda realizarse sin accidentes imprevistos, se prepara el terreno separando los mares de la tierra firme.
Luego viene el amueblar ese hogar, con lámparas múltiples, con plantas y animales en que hermosura y utilidad se combinan para formar un verdadero paraíso. Y cuando todo está dispuesto –recibiendo la aprobación satisfecha del artífice: "y vio Dios que era bueno" todo lo creado- Dios modela cariñosamente al Hombre como su obra maestra, y lo coloca al frente de esa naturaleza hecha para servirle. Con una frase que podemos olvidar a veces, le encarga que trabaje ese jardín, que coopere con el Creador como su representante en la Tierra.
Este es el sentido de la naturaleza en el modo de entenderla según la revelación judeo-cristiana. No hay ningún " porque sí " pueril como respuesta a las preguntas de " por qué " y " para qué " con respecto al Universo. Y el sentido de la creación se hace más explícito y más maravilloso cuando Dios se hace Hombre, llevando a la misma materia al nivel de la divinidad: " el Verbo se hizo Carne " y " por Él fueron creadas todas las cosas y sin Él nada se hizo de cuanto ha sido hecho " con las palabras audaces del prólogo del Evangelio de S. Juan y su desarrollo poético en la carta de S. Pablo a los Colosenses. Es en la Persona de Cristo y en su Resurrección –compartida por los miembros de su Cuerpo Místico- donde la evolución material del Universo se libra de ser absurda, como lo sería si todas las maravillas creadas terminasen en la total destrucción de estructuras que es el único final previsible según la Física.
Para quien ve la totalidad cósmica con la mirada profunda que no se limita a los cambios más o menos accidentales de formas y estructuras atómicas o astronómicas, se cumplen las palabras de Cristo en el Apocalipsis: " Yo soy el Alfa y Omega, el Principio y el Fin ". Ninguna ciencia experimental puede dar esta respuesta al sentido del Universo, pero sus datos son coherentes con el modo de pensar filosófico y teológico.
CAMBIOS EN LA NATURALEZA
Tanto agentes de orden físico-químico como astronómicos o biológicos tienen efectos sobre el ambiente y sus características a corto y largo plazo, modificando su adecuación para la vida en mayor o menor grado. Es en este contexto donde debemos apreciar el posible impacto de la actividad humana sobre el planeta Tierra, tanto para establecer su importancia relativa como para actuar de una forma responsable.
Primeramente mencionaré factores sobre los que el Hombre no tiene control ni es de esperar que pueda tenerlo en el futuro: son cambios de tipo astronómico o geológico, parte de la evolución del Sol y de la Tierra , que preceden en miles de millones de años a la aparición del Hombre y que afectan las condiciones de habitabilidad en formas todavía no comprendidas en detalle.
El Sol, como toda estrella, produce energía mediante reacciones nucleares de fusión: de los elementos más ligeros se sintetizan otros más pesados con liberación de energía según avanzamos del Hidrógeno hasta el Hierro. Durante el 90% de su existencia, es la síntesis del Helio la que produce la energía de nuestra estrella y de otras semejantes, que se encuentran en la llamada "Secuencia Principal" del diagrama de Hertzprung-Russell, donde se muestra gráficamente cómo las estrellas cambian de luminosidad y temperatura superficial según su masa y su edad. La tendencia universal es la de un aumento progresivo de luminosidad y diámetro, que llevará al Sol –dentro de 500 millones de años- a calcinar la Tierra , con la consiguiente evaporación de los océanos y la pérdida de la atmósfera.
Sin esperar a ese cambio drástico, es admitido ya por los astrofísicos que el Sol ha evolucionado mientras la vida se desarrolló en nuestro planeta: su luminosidad es ahora superior a la que tenía cuando se originaron las primeras células. Y dentro de la tendencia general indicada, hay ciclos de mayor o menor actividad superficial del Sol, con una duración típica de 11 años, que también parecen relacionarse de un modo muy convincente con cambios climáticos en el pasado. En ocasiones –por causas desconocidas- la actividad solar fue mínima en períodos más largos, que coinciden con épocas de frío en la Tierra , como ocurrió durante el llamado "Mínimo de Maunder" de los siglos XVII y XVIII. En la Edad Media el olivo se cultivaba en Alemania y había zonas de Inglaterra donde se producía gran cantidad de vino –que exigía medidas protectoras por parte de Francia- y que dejaron luego de ser adecuadas para el cultivo de la vid.
Otros cambios climáticos –relativamente rápidos - han ocurrido sin que sepamos atribuirlos a una causa concreta. Cuando se descubrió Groenlandia, se le dio su nombre ("Tierra verde") por su clima benigno, mientras hoy está cubierta por glaciares. El Sahara muestra pinturas y grabados en su rocas que dan testimonio de vida abundante, con jirafas, hipopótamos, seres humanos nadando en ese entorno hace unos miles de años. Y es bien conocida la alternancia de períodos glaciales y cálidos a lo largo de miles y millones de años, sin que sepamos exactamente cuál es su explicación.
Parte de la actividad solar diaria tiene efectos inmediatos en nuestra alta atmósfera: fulguraciones locales producen temperaturas de millones de grados (mientras la superficie está a 5800 K) y causan un "viento solar" más intenso, que llena todo el sistema con partículas de alta energía, hasta encontrar como barrera el campo magnético del brazo de la Vía Láctea en que nos movemos. El paso del Sol y sus planetas por sectores galácticos de diversa intensidad puede modificar el flujo de rayos cósmicos sobre la Tierra , tanto de los procedentes del Sol como de su entorno amplio en la galaxia. La radiación cósmica que llega a la Tierra es controlada localmente por el campo magnético terrestre, produciendo las vistosas "auroras boreales y australes", calentando la parte externa de la estratosfera, y dando lugar a interferencias y pérdidas de señales de radio en la ionosfera.
Es muy probable también que el flujo de radiación cósmica influya directamente en la formación de núcleos de condensación para vapor de agua, con consecuencias inmediatas sobre la precipitación lluviosa y el porcentaje de vapor en la atmósfera. Y es el vapor de agua el gas más importante como agente de calentamiento por "efecto de invernadero", aunque la mayor parte de los noticieros sobre el tema centran su atención sobre el anhídrido carbónico. Un dato interesante es que hace 400 millones de años, por evidencia de rocas y conchas marinas, la cantidad de CO 2 era diez veces mayor que la actual, y el planeta se encontraba en una época glacial que causó una de las grandes extinciones de vida en su historia. Tal vez algo de orden astronómico debe suponerse en el calentamiento de la Tierra que hoy se afirma, teniendo en cuenta que datos sobre los casquetes polares de Marte y cambios en la superficie de Tritón (satélite de Neptuno) indican un calentamiento en esos puntos lejanos de la Tierra y sin un entorno comparable.
También es posible que el flujo de energía cósmica (especialmente del Sol) afecte a la concentración de ozono, un gas que se debe a la disociación de las moléculas de oxígeno por la luz ultravioleta. En ese proceso se absorbe la mayor parte de la luz ultravioleta y el ozono actúa de barrera para las longitudes de onda más cortas y dañinas para la vida en la superficie terrestre. Pero estas reacciones son sensibles a la temperatura de las capas superiores de la atmósfera, y deslindar los efectos de cada factor no es siempre posible.
La geología es otra variable sin posible control humano. La tectónica de placas cambia la posición de los continentes a largo plazo, facilitando u obstaculizando corrientes marinas que distribuyen el calor por el planeta: tenemos evidencia de varias ocasiones en que se cerró el estrecho de Gibraltar por movimientos de la placa africana, causando la evaporación del Mediterráneo, convertido en desierto de sal. Hace unos 200 millones de años todos los continentes formaban una masa única –Pangea-, y dentro de un tiempo del mismo orden volverán a hacerlo. A una escala temporal más limitada, erupciones volcánicas lanzan a la atmósfera mucho más CO 2 que toda la industria humana, y también los clorofluorocarbonos que se han considerado agentes de la destrucción del ozono (cuando las sondas espaciales detectaron esas moléculas en Venus, la NASA consideró que eso era una indicación de actividad volcánica actual en el planeta).
Descubrimientos recientes de otros fenómenos imprevisibles y de posible efecto catastrófico no deben perturbarnos, por cuanto -si se diesen- sería imposible proteger a la Tierra contra ellos: explosiones de supernovas relativamente cercanas, destellos de rayos gamma que en una fracción de segundo emiten más energía que el Sol en 100.000 años. Tal vez han tenido lugar en tiempos remotos y serían una explicación posible de extinciones masivas, pero no hay datos que lo indiquen. Algo parecido –aunque posiblemente dentro de una cierta posibilidad de control en el futuro- podría decirse de la caída de asteroides como el peñasco de 10 km de diámetro que se considera responsable de la desaparición de los dinosaurios hace 65 millones de años.
La Tierra es, ciertamente, la joya del sistema solar, el planeta privilegiado, pero no es inmune a su entorno, que tiene cambios impuestos por leyes físicas en una escala en que cualquier esfuerzo humano por evitar daños parece utópico. Sólo en ciencia-ficción se presentan supuestas soluciones, que pueden llegar a proponer el transporte masivo de la humanidad a otro lugar acogedor o el cambiar la órbita de la Tierra para conservar su mismo clima mientras el Sol evoluciona. Sería un trabajo inútil detenernos en tales ideas, y debemos concentrar nuestra atención en lo que el Hombre hace y lo que puede hacer para conservar en su mejor estado la casa común de toda la humanidad, ahora y en el futuro previsible. Es aquí donde la ciencia, convertida en tecnología, nos impone un uso inteligente y responsable del regalo de Dios que es su obra, en el ámbito natural. Nuestra Teología cristiana no nos dice que somos dueños absolutos y arbitrarios de la Tierra , sino sus cuidadores según el plan del Creador. Debemos utilizar la ciencia y la tecnología de cada momento para cumplir este cometido.
LA ACCIÓN DEL HOMBRE
Todo ser viviente altera su entorno, con consecuencias que pueden ser dañinas o, por el contrario, esenciales para el futuro desarrollo de la vida. Después de centenares de millones de años de vida microscópica bajo una atmósfera sin Oxígeno, una mutación dio a unas algas unicelulares la clorofila, que permite sintetizar hidratos de Carbono a partir de agua y CO 2 , liberando Oxígeno. El impacto ambiental, durante unos mil millones de años más, fue de máxima importancia: con una atmósfera de composición semejante a la actual, otra mutación permitió utilizar el Oxígeno como fuente de energía, de mucha mayor eficiencia que los procesos anaeróbicos, y así pudo florecer la vida macroscópica en la "Gran Explosión" del Cámbrico, en que quedan establecidas las grandes ramas evolutivas de vegetales y animales. Todavía hoy, la vida depende del Oxígeno aportado constantemente por la vegetación, que equilibra el que desaparece por la oxidación de rocas continentales.
Por otra parte, mutaciones en organismos marinos apenas visibles envenenan las aguas en grandes extensiones de los océanos, haciendo desaparecer otras formas de vida en entornos más o menos amplios. Lo mismo puede ocurrir en regiones restringidas –por ejemplo en una isla- donde el desarrollo excesivo de un animal o de una planta puede eliminar otras especies. Estos procesos, añadidos a los de origen astronómico, han hecho que más del 90% de las formas vivientes a lo largo de la historia del planeta se hayan extinguido.
Cuando aparece el Hombre, curiosamente falto de especialización en sus órganos y por eso no restringido a un hábitat concreto, su impacto se hace notar en diversas formas. Caza y pesca complementan su alimentación de frutos de un entorno más o menos variado. Y es posible que algunas estrategias de caza, ya en tiempos primitivos, llevasen a la extinción de algunos animales. Otros, en cambio, fueron domesticados y sirvieron como instrumentos para el desarrollo de la agricultura hace unos 8000 años, condición de supervivencia para poblaciones amplias que dieron ya lugar a los primeros asentamientos urbanos y estables. En gran escala, la agricultura también altera el entorno: se talan bosques para tener campos de cultivo, se modifican y multiplican especies vegetales preferidas y se extinguen las menos útiles. Incluso guerras de hace siglos llevaron consigo modificaciones drásticas del entorno, con talas y con incendios provocados para privar al enemigo de sus recursos. No es esto algo propio solamente de nuestra época, ni exige una tecnología avanzada.
Como primate, el Hombre es de mayor masa que casi todos los animales, y de mayor longevidad. Por tanto exige más recursos, y al aumentar la población –sobre todo urbana- se hace necesario establecer vías de comunicación y encontrar fuentes de energía y de materias primas Todo lo cual modifica necesariamente las zonas habitables del planeta, aunque permanezcan áreas restringidas donde una vida tribal apenas ha cambiado durante milenios. Y no es nueva la preocupación por continuar gozando de suficientes recursos: Ya Tertuliano, hace casi 2000 años, consideraba que la población de su mundo romano era excesiva y que faltaría pronto lo necesario para vivir. En nuestro tiempo, hace unos 30 años, se predijo seriamente la falta de metales necesarios para la vida moderna para fines del siglo XX. Malthus y sus seguidores han insistido, también en nuestra época, en la necesidad de limitar la población por no poder la Tierra alimentar a toda la humanidad actual.
Además de consideraciones que conciernen a nuestra propia supervivencia a corto plazo, la tecnología, desde el momento de la Revolución Industrial (con el invento de la máquina de vapor, electricidad, automóvil…) nos hace considerar el efecto de la humanidad sobre las generaciones futuras y sobre el planeta mismo. No porque el planeta o las plantas o animales tengan derechos (que, entendidos correctamente son siempre correlativos de deberes y, por tanto, implican sujetos inteligentes y libres) sino porque el entorno de la naturaleza es patrimonio común de todos los seres humanos presentes y futuros. Somos responsables ante Dios de cómo usamos sus dones.
El punto más común de discusión es el de la contaminación de la atmósfera y sus secuelas de "efecto invernadero" o calentamiento global, y la destrucción de la capa de ozono. Merecen un desarrollo mucho más amplio, que aquí solamente esbozaré, dejando para preguntas al final algunos comentarios sobre datos concretos.
La ciencia tiene que establecer si de hecho hay un calentamiento global, y de ser así, luego deben estudiarse sus posibles causas. Y el calentamiento tiene que referirse a una situación considerada "normal" y deseable para la humanidad y para toda la vida en la Tierra. No es esto tan fácil como podría suponerse.
Ya queda mencionado el dato histórico de la época medieval (desde el 800 al 1300) en que la temperatura en el hemisferio Norte era superior a la presente en varios grados. En ese clima óptimo, la agricultura de Europa era floreciente en formas que hoy nos sorprenden. Vino luego un período de frío, que duró casi hasta finales del siglo XIX. Y desde 1898 hasta hoy, la temperatura media del planeta ha aumentado en 0,6 o C (con un margen de error de varias décimas). Este calentamiento ocurrió casi por completo antes de 1940, seguido luego de un enfriamiento hasta 1975 (hay estudios publicados entonces que predecían una nueva glaciación) y de vuelta al valor anterior desde entonces. No he visto discrepancias en artículos científicos con respecto a estos datos. Sí he visto –como ya mencioné- resultados de sondas espaciales que apuntan a un calentamiento reciente también en Marte y Tritón, donde –naturalmente- no sabemos cómo era el clima hasta la era espacial.
El efecto global de medio grado en el clima terrestre no es fácil de establecer. Si nos remontamos a períodos de épocas anteriores, más cálidos en varios grados, podríamos suponer que el aumento de temperatura sería más bien beneficioso, por lo menos para la agricultura. No hay datos sobre la frecuencia de tormentas tropicales en esas épocas ni de incendios en gran escala por sequías prolongadas. Intuitivamente parece difícil atribuir cambios drásticos a la pequeña variación de medio grado, que sería indetectable sin la invención del termómetro.
Una vez aceptado el calentamiento durante los primeros 40 años del siglo XX sobre todo, hay que buscar una razón científicamente plausible para explicarlo. Y es aquí donde ciencia, política, economía…y prejuicios, complican los argumentos, tal vez inconscientemente.
En los medios de masas se considera como probado que el anhídrido carbónico, producto de la industria humana , es el que causa el "efecto invernadero", pues es bien sabido que este gas atrapa la radiación infrarroja de baja frecuencia que emite la Tierra después de absorber la energía solar. Como consecuencia, se proponen medidas de reducción de emisiones de ese gas, buscando sustituir fuentes de energía fósiles (carbón y petróleo) por otras no contaminantes. Aceptar el tratado de Kyoto (1997) se presenta como moralmente obligatorio para todas las naciones industrializadas, y se atribuye al efecto de invernadero la presente serie de catástrofes más o menos localizadas (inundaciones en Asia, tormentas en el Caribe), el deshielo de glaciares en los Alpes, Groenlandia y la Antártida , y el avance de los desiertos en África. Pero en este punto me limitaré a indicar algo de lógica elemental..
El calentamiento se dio casi en su totalidad, antes de 1940. Sin embargo, la emisión de anhídrido carbónico ha sido relativamente menor en esa época: es en los últimos 60 años cuando la industria se desarrolló de un modo espectacular y cuando los automóviles pasaron de ser un objeto de lujo a un instrumento imprescindible en todos los países de algún nivel de desarrollo. El consumo de petróleo en el transporte y en la producción de energía ha sido sin comparación mucho mayor en la segunda mitad del siglo XX. Si se acepta el razonamiento descrito –que la industria causa el CO 2 que causa el calentamiento- es claro que el efecto parece darse antes de que haya su causa . No he visto todavía una explicación lógica de tal paradoja.
Con respecto al "agujero de ozono", nos faltan datos previos a la época espacial, y es difícil hablar de cambios climáticos en escalas de menos de 30 años. En cualquier caso, ese "agujero" apenas alcanza zonas pobladas, ni por el Hombre ni por animales terrestres, y los que viven en el mar están protegidos por la absorción rápida de la luz ultravioleta en el agua. No parece un problema acuciante por el momento. Y es necesario observar el desarrollo del ozono durante más tiempo para llegar a conclusiones lógicas sobre el posible efecto de la industria sobre esa capa de la alta atmósfera.
Tanto el posible calentamiento (por cualquier causa) como el aumento de la expectación de vida y el justo anhelo de la mayor parte de la humanidad de alcanzar un nivel de vida digno nos obligan a enfrentarnos con el problema de la superpoblación del planeta, predicha frecuentemente como la catástrofe más obvia, de seguir la tendencia actual. Una vez más, no es fácil establecer los datos científicos que eviten extrapolaciones dudosas cuando modelos de ordenador se toman como predicciones ciertas.
Hace tan sólo tres semanas asistí a un congreso en Filadelfia, donde en la misma sesión se presentaron dos estudios referentes al crecimiento de población y los recursos naturales. El primero afirmaba que nos enfrentamos a un crecimiento exponencial, que pronto llevaría a una catástrofe ambiental y a un colapso de la sociedad: la cifra óptima de población sería un poco más de la mitad de la actual (alrededor de 4.000 millones de habitantes). En el segundo, con datos de diversas fuentes independientes, se afirmaba que los recursos energéticos, la producción de alimentos, los recursos de agua y la densidad de población actual en diversos países, todo permitía calcular una capacidad del planeta para sostener de 150 a 180 mil millones de habitantes. Y se mostraba la fórmula de crecimiento que permite predecir la máxima población de seres vivientes en un entorno cerrado en el laboratorio, que se ajusta perfectamente al crecimiento real de la humanidad en el pasado y predice muy poco aumento en el futuro. Sin poder hacer una crítica detallada de ambas posturas, creo que es claro que hay motivo para considerar dudosa cualquier afirmación de tipo apocalíptico, sobre todo si se toma como base para imponer tecnologías o leyes limitadoras de la familia.
No todo lo que es técnicamente factible es éticamente aceptable, y cualquier plan de acción u omisión debe ser sopesado por sus efectos directos o concomitantes. Con este punto de vista como fondo, mencionaré –además de los posibles efectos globales ya descritos- otros problemas de orden más concreto donde tecnologías en desarrollo rápido exigen una actitud de cautela y realismo. Primeramente, la producción de energía.
Solamente hay tres posibles fuentes básicas de energía: la irradiación solar sobre la superficie terrestre, los cambios de orden geológico (mareas, calor interno del planeta), y la energía nuclear. De la energía recibida del sol brotan también las energías relacionadas con el agua (en centrales hidráulicas) y con el viento, además de la utilización directa del calor absorbido en algún tipo de tanque, o la luz en células fotoeléctricas. También es energía solar concentrada la que se obtiene de combustibles fósiles o de vegetales actuales y renovables.
En todas estas opciones es necesario considerar beneficios, coste y aplicabilidad más o menos universal y directa. Son los ingenieros y economistas los que pueden dar su opinión en cada caso, y difícil será que una respuesta tenga todo en su favor para todos los momentos y lugares. Creo que podemos dar por supuesto que no es posible producir energía sin algún efecto secundario desagradable , y no es una opción el pedir que se vuelva al modo de vida de la prehistoria ni que gran parte de la humanidad viva en condiciones de miseria. Sería deseable que ninguna estructura técnica afease un paisaje, pero también es obvio que la inmensa mayoría de nuestras viviendas no lo embellecen, y son necesarias. Lo mismo puede decirse de unos generadores eólicos sobre una montaña o –con menos base objetiva- de un embalse.
En zonas restringidas del planeta puede ser la fuente ideal de energía el calor interno: donde hay rocas de alta temperatura relativamente cerca de la superficie, centrales geotérmicas, sin contaminación alguna ambiental ni peligro para nadie, pueden aprovechar ese calor inyectando agua que –una vez a alta temperatura- se utiliza para turbinas eléctricas y luego, ya fría, vuelve a inyectarse a la fuente de calor, en un ciclo cerrado. Curiosamente he leído que grupos ecologistas se han opuesto a esa solución, mencionando el posible efecto de un terremoto. No sé qué temen de ello: yo solamente puedo ver como peligro la pérdida económica de que se estropeen los aparatos.
Algo parecido puede decirse de soluciones locales como las mareas o el viento o la utilización directa del calor y luz solares. Ni el Sol es utilizable las 24 horas del día, ni hay suficiente sol en latitudes lejanas del ecuador o donde la nubosidad es casi constante. Toda central solar necesita algún tipo de sistema accesorio para almacenar energía y obtenerla durante la noche, o para producirla cuando el período sin sol es prolongado. Esto impone una doble inversión económica, añadida al coste inicial de producir células fotoeléctricas o su equivalente como captador de la radiación del Sol. Y es posible que extensiones de terreno cubiertas de células fotovoltaicas (fuera de un desierto) causen un daño de otro tipo ocupando terreno destinado a la agricultura o a plantas silvestres que mantienen el Oxígeno de la atmósfera.
De las fuentes de energía no contaminantes , eficientes y seguras en cualquier ambiente y en todo tiempo, creo que la energía nuclear de fisión (con Uranio enriquecido) es la más clara y comprobada. En Estados Unidos hay más de 100 centrales, que suministran casi la cuarta parte de la energía del país, sin que hay habido ni una víctima de su funcionamiento durante 50 años. Algo parecido puede decirse de Francia. Más y más frecuentemente se vuelve a afirmar que esta es la solución inmediata para países en todos los niveles de desarrollo. Sólo en la Unión Soviética –donde se prestó menos atención al diseño seguro y al control de funcionamiento- se dio la catástrofe de Chernobyl, que sirve aún como pretexto para negar la opción nuclear donde, en muchos casos, no se ofrece una alternativa viable.
Hay que reconocer que las centrales nucleares exigen un control muy constante para evitar que se conviertan en fuentes de material para bombas atómicas, y también para depositar en lugar seguro los desechos radioactivos que producen. Esto último se facilita por su pequeño volumen (comparado con las cenizas de una central de carbón), y porque los elementos radioactivos de larga vida son precisamente los de menor intensidad de radiación. Ambos problemas prácticamente desaparecerían de conseguirse la fusión nuclear, que aún no parece factible después de 50 años de trabajos de laboratorio.
Es posible que el desarrollo de técnicas ya conocidas nos lleve a la "economía del Hidrógeno", en que se convierte este elemento en el combustible universal, obtenido por hidrólisis del agua y que da como residuo otra vez el agua inicial. Solamente problemas de eficiencia y transformación de sistemas ya establecidos parecen ser obstáculos a esta solución: cualquier fuente de energía, en cualquier lugar, se utilizaría solamente para descomponer el agua y los gases obtenidos, en bombonas como las del butano actual, sustituiría a los combustibles líquidos o sólidos. Sin ser un ingeniero, me siento atraído desde hace años por la sencillez conceptual de esta propuesta. La objeción repetida que subraya el peligro de una explosión del tanque de Hidrógeno no es, en realidad, de un orden distinto que el mismo riesgo en el caso del butano o de la gasolina normal.
En la producción de alimentos se debate el uso de fertilizantes, insecticidas y mutaciones genéticas. Solamente por esas técnicas es posible alimentar a la población actual y prever la capacidad de hacer lo mismo con una población muy superior. Abonos más o menos naturales se han usado desde hace milenios; selección de variedades de plantas y animales domésticos es ingeniería genética de uso universal, aun por razones de preferencia estética (pensemos en la variedad de perros y gatos). No hay, en principio, razón alguna de temer alimentos mejorados con esas técnicas aunque la tecnología actual permita lograr cambios más rápidamente y con efectos más previsibles. También puede la genética conferir inmunidad contra pestes o lograr que de productos comunes se obtengan medicamentos difíciles de lograr de otra forma.
Con respecto a insecticidas, es conocido el abandono del DDT por atribuirle efectos nocivos sobre pájaros (debilitando la cáscara del huevo) o causando esterilidad. No discuto esos efectos indeseables, y tal vez su prohibición esté justificada, pero es también una afirmación no desmentida el que miles de niños en países pobres mueren de malaria por picaduras de mosquitos que antes eliminaba el DDT: no se ha proporcionado un arma igualmente eficaz contra los portadores del virus.
En años recientes se ha afirmado que líneas de alto voltaje, aparatos de micro-ondas, teléfonos móviles y casi todos los aparatos eléctricos, causan trastornos de salud a quienes los usan o están cerca de ellos. No he visto ningún artículo científico con pruebas irrefutables de que eso ocurra, ni he encontrado a ningún objetor que quiera prescindir de la electricidad en su vida diaria. Una y otra vez nos encontramos con que cualquier elección tiene aspectos positivos y negativos, y tal vez la única norma –ya antigua- es la de la moderación: todo puede ser dañino en exceso (aun el agua y el Oxígeno) y todo puede ser aceptable y aun necesario en cantidades mínimas (los "oligoelementos", e incluso venenos).
No es correcto decir que si algo me perjudica en una cantidad notable, causando tal vez una muerte rápida, debo evitarlo porque a largo plazo también me dañará en cantidades mínimas: el calor del agua hirviendo me quema en un segundo, pero el del agua tibia no me quema en un día entero. Esto puede ser aplicable a contaminación de plomo, arsénico, cloro… Incluso la radioactividad del radón (que puede acumularse en el sótano de viviendas construidas sobre rocas con un pequeño contenido de Uranio) parece ser beneficiosa: en zonas donde eso ocurre en Estados Unidos se encontró una menor incidencia de cáncer!.
Por último quiero referirme a la ya incipiente modificación del proceso reproductivo humano, con tecnologías de fertilización in vitro , de modificación genética de los gametos, de la utilización de embriones como fuente de piezas de reparación para enfermos, de clonación. Es aquí donde la base ética tiene que mantenerse incólume: el individuo no es nunca una "cosa" de la que se puede disponer para satisfacer el capricho ni aun la necesidad de otro. Sólo para el bien del sujeto, y respetando siempre su dignidad y derechos, se puede intervenir sobre su cuerpo, en cualquier estadio de su desarrollo. No hay nada creado de dignidad superior a la del individuo, Imagen y Semejanza de Dios, cumbre de la Naturaleza.
Incluso hay que subrayar, como lo hizo Juan Pablo II ante la ONU , que la sociedad es para el individuo , no al revés. Ninguna sociedad ni régimen político ni estructura humana a cualquier nivel, aun de organismo internacional, tiene un destino eterno, pero sí cada persona. Y las palabras de Cristo " Lo que hiciereis a uno de estos mis hermanos, a mí me lo hacéis" serán, finalmente, la norma de salvación o rechazo para cada uno de nosotros, sin excusas de eficiencia ni economía ni "corrección política" en un momento o ambiente determinado.
CIENCIA Y TECNOLOGÍA: ¿EL NUEVO ÁRBOL DEL PECADO ORIGINAL?
A veces se ha dicho que la ciencia es algo pecaminoso, casi diabólico. Pero la ciencia es conocimiento, comprensión de la obra de Dios, y el conocer es siempre bueno. Dios, que es la infinita Bondad, lo conoce todo, y Él ha puesto en nosotros esa ansia de encontrar Verdad y Orden en cuanto nos rodea. La ignorancia es una privación, y nunca resuelve ningún problema, por eso la Iglesia , de una manera explícita en el Concilio Vaticano II y en la Encíclica " Fides et Ratio " de Juan Pablo II, exhorta a los científicos a buscar siempre la Verdad en su campo, y quiere que la Iglesia esté presente en ese quehacer humano, algo de lo que la humanidad puede enorgullecerse, aunque no tuviese consecuencias directas sobre nuestro modo de vida. Por eso hay un "Observatorio Vaticano", dedicado a la más "inútil" de las ciencias, la Astronomía.
Pero nuestro conocer científico tiene luego aplicaciones prácticas, algunas inmediatamente previsibles y otras no. Se cuenta que alguien preguntó a un diletante de la electricidad primitiva, que le enseñaba sus "juguetes" de laboratorio que producían chispas y atracciones y repulsiones, "Y esto, ¿para qué sirve?". Y él contestó: "Y ¿para qué sirve un bebé recién nacido?". De un modo semejante se dijo que el láser era "una solución en busca de un problema" allá por 1960: nadie sabía para qué podría utilizarse. Es digno de admiración el optimismo de grandes empresas que dejan a científicos eminentes trabajar en lo que quieran , sin exigirles productos vendibles cada cierto tiempo, confiando en que su deseo de conocer mejor la naturaleza será utilizable finalmente. Así se logró el transistor, el láser, el pegamento instantáneo que pega hasta los dedos. Y otros productos, sin buscarlos, resultaron de la actitud alerta de quienes trabajaban en algo totalmente distinto, como el horno de microondas. Así se desarrolla la tecnología en direcciones inesperadas: pensemos en la informática, con Internet, correo electrónico, GPS, teléfono por satélite.
Si la ciencia se convierte en tecnología, dando no solamente conocimiento sino la capacidad de influir en la naturaleza y en la sociedad, entra en juego en ese uso el considerar las consecuencias de su utilización práctica (o de no aplicarla). Si se pudiese ofrecer al mundo una vacuna contra el cáncer u otra enfermedad y no se hiciese, sería un crimen el silencio. Lo sería también el utilizar la tecnología para imponer cualquier tipo de tiranía o restricción de la dignidad de una persona. No es la ciencia la culpable, sino su aplicación contra la ética: la ciencia primitiva de hacer fuego es la base de nuestra supervivencia, pero puede usarse para hacer daño. Lo mismo puede decirse de la electricidad, de la energía atómica. Y cuanto mayor es el dominio que la tecnología permite sobre el mundo que nos rodea, y sobre nuestro propio cuerpo, más importante es mantener una actitud de discernimiento ético. En este sentido, nunca ha sido la tecnología tan claramente un arma de dos filos, afectando no sólo a nuestro entorno actual, sino a toda la humanidad actual y futura y al mismo planeta Tierra que nos sostiene.
En el relato bíblico del Génesis, el "Árbol de la Ciencia del Bien y el Mal" simboliza la autosuficiencia de querer erigirse en árbitro absoluto de lo que está bien y lo que está mal, para ser como Dios sin admitir responsabilidad ante nadie. Esta es también ahora la tentación de todos los regímenes como el Comunismo y el Nazismo, que convierten al individuo en un engranaje, una cosa útil o no, para una sociedad automática y sin alma. Pero en nuestra Fe toda la humanidad es una familia, donde todos somos hijos queridos del Padre Creador. Solamente así podemos gozar todos de sus dones, de esta hermosa Tierra que es patrimonio común, y de donde la materia de nuestros cuerpos está destinada a participar eternamente de la vida misma de Dios.
Manuel Mª Carreira Vérez, S.J
Universidad Pontificia Comillas
Observatorio Vaticano
APÉNDICE: EL EFECTO INVERNADERO
Debe recordarse que el efecto invernadero se debe –en casi un 90%- al vapor de agua, de modo que cualquier agente que influya en su abundancia es mucho más importante que los que afectan a otros gases como el CO 2 o el metano. Rara vez he visto que se discuta la variación de la humedad atmosférica y sus posibles causas. Una de ellas puede buscarse en la correlación, bien establecida, entre la actividad solar y la temperatura terrestre, que se estudió hace tiempo con respecto al Mínimo de Maunder, ya mencionado, y que se cumple en los últimos tres siglos en que tenemos datos abundantes del número de manchas en el Sol. Esta correlación es mucho más clara que la que se establece con respecto al aumento de CO 2 . Y cualquier aumento de temperatura –por actividad solar- lleva a la emisión de CO 2 disuelto en los océanos (una cantidad 500 veces mayor que la que se encuentra en la atmósfera).
Uno de los efectos -experimentalmente comprobados- del aumento de CO 2, es el desarrollo y crecimiento rápido de todo tipo de plantas, que luego consumen el CO 2 en la función clorofílica. Unido esto a la mayor eficiencia de la agricultura moderna, que libera grandes extensiones de terreno para extender zonas de bosques (antes dedicadas a cultivos o forrajes para animales de carga) se da el resultado sorprendente de que -en el país más mencionado como culpable de la contaminación atmosférica, los Estados Unidos- la superficie de bosques ha aumentado constantemente desde 1920, y solamente la zona de montañas verdes del Este del país (los Apalaches) consume más CO 2 que cuanto produce la industria actual americana. (estudio de las universidades de Princeton y Columbia, publicado en Science en 1998). Son los países menos industrializados los que queman madera y rompen el equilibrio entre agricultura y efectos de la búsqueda de recursos energéticos.
Noticias alarmantes acerca de la pérdida de hielo en Groenlandia y la Antártida , acompañadas de fotos impresionantes de grandes murallas glaciares cayendo al océano, son buen material publicitario, pero no reflejan lo que ocurre como dato científico. Esos gigantescos bloques de hielo siempre se han desprendido, precisamente por el empuje de nieve-hielo que cae en las alturas donde arrancan los glaciares, no porque el hielo se funda (no puede fundirse a las temperaturas que allí reinan, muy debajo del cero). En la Antártida , "el balance de masa del hielo es positivo" (Dr. Karlén, Universidad de Estocolmo); en Alaska, se afirma un descenso de temperatura en los últimos 50 años (Prof. Polyakov, Univ. De Alaska, 2003). Y el cálculo del efecto de la posible pérdida total de hielo en Groenlandia y la Antártida en el nivel del mar es de 3 centésimas de milímetro al año, tres milímetros por siglo al ritmo actual.
Se ha dicho que el hielo del Ártico está desapareciendo. Los datos indican fluctuaciones a corto plazo. Espesor normal o superior al normal desde 1971 a 1981, pérdida de un 15% del 81 al 82 y de nuevo valores normales o superiores del 1983 a 1995. Disminución de un 30% de 1996 a 1998, y luego una recuperación a situación normal en el 2001 (Dr. Morgan, Univ. de Exeter). Por los diarios de navegación de barcos en esa zona durante 500 años, se puede afirmar que en 1700 ya ocurrió un retroceso del hielo semejante al actual. En la Antártida , las temperaturas han sufrido un descenso en los últimos 30 años (Dr. Doran en Nature ) y el hielo cerca del Polo Sur está aumentando de espesor.