sábado, 26 de agosto de 2023

[REVISTA ESTAR] Fe y ciencia con el P. Manuel Carreira, S.J. "Es deber del creyente ensanchar la razón"


Fe y ciencia con el
P. Manuel Carreira, S.J.

Es deber del creyente ensanchar la razón

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El P. Manuel Carreira S. J. es doctor en Física por su tesis sobre rayos cósmicos, dirigida por Clyde Cowan, descubridor del neutrino. También es filósofo y teólogo por la Loyola University, Chicago. Miembro del Observatorio Astronómico del Vaticano, ha simultaneado su magisterio como profesor de la John Carroll University, Cleveland (Estados Unidos) y de Filosofía de la Naturaleza en Comillas (Madrid). Conversar con el P. Manuel Carreira es sumergirse en un pozo sin fondo, es disfrutar de un lenguaje límpido y preciso, es dilatar nuestra inteligencia con la certeza de la verdad, la seguridad de la esperanza, la alegría de la caridad.

Tuve la suerte de acompañarle en varias de sus conferencias en España y en Perú. Siempre me queda la imagen del maestro rodeado de un concurrido corro de jóvenes, ávidos de verdad y gozosos de encontrar respuestas.

Al enterarme de su presencia en Lima (Perú) en mayo del 2007, le envié una síntesis de las preguntas que suelen formularle al finalizar sus conferencias y le invité a una entrevista en PAX-TV para que las pudiera contestar. Aceptó con la generosidad de siempre y —previa revisión del autor— Paulinas del Perú publicaron las respuestas.

Han pasado diez años y vuelvo a encontrarme con él en la Casa de los PP. Jesuitas de Salamanca. A continuación exponemos un extracto de sus reflexiones.

* * *

—Los medios de comunicación nos suelen presentar la ciencia y la fe como enfrentadas entre sí, como si no pudiesen reconciliarse. Usted, como científico y sacerdote a la vez, no tiene ningún problema en armonizar ambas realidades. ¿Su caso no es tal vez algo insólito?

P. M. Carreira: Yo no soy el único caso. Ha habido, a lo largo de la historia, mucha gente que ha tenido interés y preparación científica y al mismo tiempo ha tenido una vocación religiosa. Puedo mencionar, sin ir más lejos, en el siglo XIX a un jesuita de Roma —el padre Secchi— al que se llamó «el explorador del sol». Fue el primero en clasificar a las estrellas por sus características del espectro: en su honor se celebró un congreso internacional en 1979, en Roma, sobre la clasificación de estrellas, por ser un hombre reconocido y que ha tenido una enorme importancia en la historia de la astronomía. Más recientemente, en 1927, un sacerdote belga, el padre Lemaître, fue el primero en usar las ecuaciones de la Relatividad para darnos la idea de un Universo que comenzó con la gran explosión del «Big Bang» (como se llama hoy), que fue luego aceptada por todos los científicos prácticamente sin excepción. De modo que siempre ha habido personas muy versadas en el campo científico que a la vez han sido excelentes sacerdotes, con grandes conocimientos en filosofía y en teología.

—Usted mismo ha sido miembro del Observatorio Astronómico del Vaticano ¿Qué nos podría decir de las actividades de esta institución científica tan reconocida y de las tareas que ha desempeñado personalmente usted dentro de ella?

P. M. Carreira: El Observatorio Vaticano lleva más de cien años de funcionamiento. Es una demostración visible del interés de la Iglesia por la ciencia, porque considera que es una actividad humana digna de todo respeto. A nadie le sorprende que la Iglesia, a lo largo de los siglos, haya patrocinado artistas. De la misma manera que el arte es una actividad humana digna de respeto, también lo es la ciencia y la Iglesia lo muestra precisamente con este Observatorio Vaticano, poniendo su pequeña contribución al desarrollo de la ciencia.

—Usted ha impartido desde hace bastantes años múltiples conferencias en América y en Europa. ¿Nos podría decir cómo nació su vocación científica?

P. M. Carreira: No quiero entrar en muchos detalles personales, pero simplemente puedo decirles que ya desde niño, tenía deseo de estudiar Astronomía y, al mismo tiempo, me sentía inclinado hacia la vocación religiosa y sacerdotal. He vivido de esta manera a lo largo de todos mis años de formación y nunca he encontrado una razón que me obligase a limitar mi actividad a un único campo. Siempre he tenido la satisfacción y el gusto de poder trabajar en todas ellas: en ciencia, en filosofía y en teología.

—Su tesis doctoral trató sobre los rayos cósmicos. ¿Podría hablarnos de su director y del alcance de la investigación?

P. M. Carreira: Sí, tuve la satisfacción de hacer mi tesis doctoral con un hombre verdaderamente de alto nivel, el doctor Cowan. El trabajo que le hizo famoso fue realizado en cooperación con el doctor Reines, y ese trabajo fue premiado con el Premio Nobel, en 1995. El doctor Cowan había fallecido ya de un ataque al corazón a los 56 años y no pudo recibir el premio, pero el trabajo era un trabajo común y lo recibió el doctor Reines (que murió al año siguiente). El trabajo realizado conjuntamente fue la búsqueda de una partícula que teóricamente se suponía que debía existir pero que nadie pensaba que sería detectable: el neutrino. Cuando le preguntaban qué era el neutrino, mi director de tesis solía decir —con buen sentido del humor— que «es lo menos que algo puede ser y todavía ser algo». Él consiguió, con su compañero de trabajo, demostrar que existe y capturarlo en un experimento verdaderamente llamativo y que exigió mucha perseverancia. El Dr. Cowan era un hombre de una profunda convicción religiosa, de una piedad sencilla, que iba normalmente todas las mañanas a la santa misa en una iglesia cercana del laboratorio. Hablábamos tanto de teología como de física, con toda familiaridad.

—Los papas nos hablan mucho de ensanchar la razón. Precisamente teniendo esta mirada amplia, podríamos profundizar más sobre el hombre, y no limitarnos a la concepción que muchos tienen de él, para quienes sólo es un homo faber, fabricador de instrumentos, pero nada más que un animal muy desarrollado. ¿Cuál sería la mirada completa y el concepto integral de la persona humana?

P. M. Carreira: La persona humana la definimos precisamente por la racionalidad, y la racionalidad se describe como la búsqueda de la Verdad, de la Belleza y del Bien. Si no se entiende esto no se entiende a la persona humana. Por la búsqueda de la Verdad se desarrolla la ciencia y la filosofía y todo conocimiento que se puede transmitir como cultura. Por la búsqueda de la Belleza tenemos el arte, la poesía, todo lo que hace apreciable nuestro entorno y hace la vida digna de aprecio. Ya en el hombre de las cavernas encontramos el deseo de Belleza, como demuestran las pinturas rupestres, por ejemplo de Altamira. ¿Por qué hacía el hombre eso? ¿Le servía para algo, para sobrevivir, para defenderse de las fieras, del frío? No. Y la búsqueda del Bien, que se da en las relaciones con otros, es la que determina el sentido de responsabilidad —la base de derechos y deberes— sin el cual no puede funcionar la sociedad humana. Ya el hombre primitivo realizaba enterramientos con esmero, y cuidaba enfermos. Lo sabemos porque se ha encontrado cráneos con una trepanación, que tenía que dejar al paciente incapacitado durante meses, y lo cuidaron de tal manera que esa cicatriz se cerró. ¿Por qué se hacía eso, y por qué se ponían cosas valiosas como ofrendas en la tumba? Es obvio que todas estas manifestaciones muestran cómo la persona humana es un ser cualitativamente superior a todos los seres que encontramos en la naturaleza.

—¿Cómo podríamos entender la resurrección de Cristo y también nuestra propia resurrección? ¿Cómo resucita la materia?

P. M. Carreira: Ahí estamos ya saliéndonos de los datos científicos, porque no se puede saber en un laboratorio qué sucede cuando un cuerpo resucita. Lo único que podemos decir es que para existir el ser humano tiene que existir como es, alma y cuerpo. Cómo lo hace Dios, no vamos a entenderlo porque no entendemos a la materia y no entendemos tampoco el tiempo y no podemos entender una existencia fuera del tiempo. Pero eso no debe asombrarnos, porque si no me entiendo a mí mismo y no entiendo a la materia como científico, pobre sería Dios y su plan si lo midiese por lo que entiendo. Hace falta una especie de humildad realista: entendemos muy poco lo que somos y entendemos muy poco qué es la materia.

Lo único que uno puede decir científicamente es que lo que nos dice el evangelio de Cristo resucitado es compatible con un cuerpo verdaderamente material, pero que existe ya de una manera nueva, de una manera en que no hay límites de espacio y tiempo. Eso es lo que nos promete la teología aun para nuestra propia resurrección, pero como no entendemos a la materia en el laboratorio donde una partícula puede ir de un lugar a otro sin pasar por el medio, donde una partícula puede estar en varios sitios al mismo tiempo, donde las partículas no son distinguibles entre sí, todo esto me hace pensar que debo ser prudente antes de dictaminar que lo que me dice el evangelio de Cristo resucitado es imposible, que es incompatible con que eso sea de veras materia. No, no es incompatible.

—He leído en uno de sus libros que «El Universo sin María sería vacío», ¿cómo habría que entenderlo?

P. M. Carreira: Esa frase que suena poética y lo es, tiene un sentido real porque nosotros somos cristianos y vemos nuestro destino eterno en términos de la Encarnación. Dios se hizo hombre y eso es lo que da sentido al Universo y a nuestra vida y lo que nos da esperanza. Pero el hacerse hombre dependió de un SÍ que dijo María cuando el ángel le propuso el plan de Dios. De no haber dicho que sí, podríamos decir que el Universo no tendría sentido, porque no hubiese ocurrido esa transformación en algo divino que ha tenido la materia cuando Dios se hizo hombre. Todo el universo está hecho para que finalmente el Hombre perfecto sea también Dios y la materia llegue al mismo trono del Creador. Y la materia divinizada del Cuerpo de Cristo le fue dada por María.

—Como colofón de la entrevista, ¿podría comentarnos la afirmación de san Juan Pablo II en Fides et ratio (La fe y la razón): «La fe y la razón son como dos alas con las cuales podemos volar a la búsqueda de la verdad completa»?

P. M. Carreira: Nunca la fe me pedirá que yo deje de ser racional, nunca la fe me dirá que crea en algo absurdo, y la razón nunca me dirá algo que contradiga a mi fe. Son dos maneras independientes pero complementarias de aceptar la realidad del plan de Dios. La fe se llama en teología un obsequio racional, porque nuestra razón acepta la verdad infinita de Dios, aunque nos supera. Y la teología no es una invención de meras ideas humanas: es el esfuerzo filosófico, racional, de profundizar en el contenido de la Revelación, conocido por la fe. Sólo así podemos verdaderamente acercarnos a Dios.


Del portal web de la Revista Hágase Estar: 

martes, 12 de mayo de 2015

Georges Lemaître, sacerdote y científico

Este año 2015 es el centenario de la publicación por Albert Einstein de su Teoría de la Relatividad Generalizada. Cuatro años después su Teoría quedó confirmada gracias a la expedición británica a Brasil y África del Este para estudiar el eclipse de Sol del 28 de mayo de ese año, dirigida por Arthur Eddington.

Esta Teoría de la Relatividad puede aplicarse cosmológicamente al conjunto del Universo. Y es así como el mismo Einstein, en 1917, propuso un modelo estático del universo en consonancia con el pensamiento cosmológico entonces imperante.

Sin embargo en 1927 el científico belga Georges Lemaître publicó su teoría acerca de un Universo en expansión (modelo de Big Bang como se le conoce hoy día). Si bien al principio su teoría quedó oscurecida por celebridad de Einstein, las investigaciones posteriores acabaron dando la razón a Lemaître.

El nombre, pues, de Lemaître queda así consagrado en la Ciencia. Pero, ¿qué hay tras ese nombre? Para no pocos Georges Lemaître es conocido en su faceta de hombre de ciencia. No tantos le conocerán como sacerdote católico. Pero muy pocos conocerán su interior, su vida espiritual, su consagración a Dios. Y esa faceta es la que deseo exponer en este artículo para los lectores de la revista ESTAR.

Destaquemos los hitos biográficos más relevantes:
17 de julio de 1894. Nace en Charleroi, Valonia (Bélgica).
1914. Estalla la I Guerra Mundial. Participa como suboficial de artillería.
1918. Reanuda sus estudios universitarios en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas.
1920. Finaliza sus estudios universitarios con el grado de Doctor, e ingresa en el seminario de Malinas.
22 de septiembre de 1923. Es ordenado sacerdote por el cardenal Mercier.
1931. Publica un artículo con la hipótesis del Big Bang.
1960. Nombrado Presidente de la Academia Pontificia de las Ciencias.
20 de junio de 1966. Fallece en Lovaina.

La Fraternidad Sacerdotal Amigos de Jesús es clave en la vida de Lemaître. Se trata de una asociación sacerdotal delineada ya en 1911 por el cardenal Mercier (aunque solo en 1927 recibió la aprobación canónica), y en la que ingresa Lemaître siendo aún joven seminarista. A ella le sería fiel a lo largo de toda su vida.

Hablemos algo sobre la Fraternidad. Pretendía contribuir a la santificación del sacerdote diocesano a través de una espiritualidad de la intimidad, de la amistad con Cristo, conforme al ejemplo de san Juan. Los sacerdotes miembros profesan ante su obispo los votos públicos de pobreza, castidad y obediencia, pudiendo añadir voluntariamente un “voto de víctima”, cuyo propósito es que el alma penetre más íntimamente en las intenciones del amor misericordioso de nuestro Divino Redentor y de María Corredentora. Se comprometían a una hora de adoración diaria, a participar en Retiros mensuales de breve duración y en otro anual de diez días de duración, en clima de silencio. Como dato estadístico, señalar que a finales de 1924 la Fraternidad contaba con 160 miembros.

Es de destacar que a pesar de los frecuentes viajes de tipo académico que tenía que realizar Lemaître, procuraba salvar siempre los Retiros anuales de diez días. He aquí el testimonio de Mons. Billiauw, un compañero de la Fraternidad: Mons. Lemaître era uno de los pocos que asistieron regularmente a estos Retiros de diez días, hasta que fueron suprimidos en 1960.

La vida sacerdotal de Lemaître no puede comprenderse plenamente sin la referencia a la Fraternidad de los Amigos de Jesús. Desconocida por mucho tiempo, su pertenencia a la Fraternidad constituye sin duda una de las claves principales de su itinerario espiritual. Es significativo a este respecto que el cáliz que había recibido en su ordenación, y que le acompañará toda su vida, llevara la elocuente cita: “Calicem Domini biberunt et amici Dei facti sunt” (Bebieron el cáliz del Señor y llegaron a ser amigos de Dios).

El 12 de agosto de 1927 Lemaître emite sus primeros votos temporales y públicos de pobreza, castidad y obediencia. Tras renovarlos anualmente, finalmente en 1933 emite los perpetuos en presencia del cardenal Van Roey. Y el 12 de agosto de 1942 hace el “voto de víctima” por el que se entregó totalmente a Cristo.

La Fraternidad, pues, ofreció a Lemaître un lugar sereno y protegido, en el cual podía vivir sin constreñir su fe y su sacerdocio al no tener que afrontar continuamente las críticas de algunos de sus colegas científicos. La verdad es que Lemaître vivía en un mundo científico particularmente hostil o indiferente a las cuestiones teológicas, por lo que la Fraternidad fue el lugar que le permitió respirar espiritual y sacerdotalmente.

Lemaître fue siempre fiel a lo esencial de su vida sacerdotal. La celebración de la Eucaristía y la adoración reposada del Santo Sacramento (tan gratas a los Amigos de Jesús) estuvieron siempre en el centro de sus jornadas, incluso en las más ocupadas. Y era notorio que su libro de cabecera, al que acudía una y otra vez en sus lecturas, era el tratado Tabernáculo espiritual del beato Jan Van Ruysbroeck (1293-1381) también llamado el Doctor Admirable.

Más aún, su intensa vida interior le llevó insensiblemente a la acción apostólica. En fecha tan remota como 1927 anota Lemaître en uno de sus cuadernos de Retiro: Mi deber de vida consagrada es mucho más amplio de lo que yo creía. Podría tener la ocasión de ocuparme de algunos estudiantes. Tendré que recordar a Mons. Picard (capellán de Acción Católica de la Juventud Belga) su propuesta de confiarme su círculo internacional.

Es así como al año siguiente se hace cargo como Director del “Hogar chino”, que acogía a estudiantes de esa nacionalidad. La razón de la presencia de estos estudiantes radica en el permiso concedido por el Rector de la Universidad de Pekín a algunos estudiantes para que completasen en Europa su formación. Se preocupa, pues, de su formación, asumiendo sus funciones con gran celo apostólico y humano.

Un dato curioso. Relata el P. Charles Stévigny que allá por los años 50, conversando con Lemaître acerca de la canonización de los santos en esa época (fundamentalmente, religiosos, obispos, teólogos), este opinaba que junto a ellos deberían figurar personas más cercanas a la sensibilidad de la época: santos y santas del laicado comprometido, víctimas del nazismo, jóvenes cristianos surgidos precisamente de las tierras de misión. También indicaba que le extrañaba que Charles de Foucauld no hubiera sido aún beatificado, él que se había hecho “tuareg entre los tuareg”.

Este es el Lemaître completo, el modelo de persona que con su vida expresó la síntesis de ciencia y fe: eminente científico, pero también fiel servidor del Señor en su sacerdocio. Ni puso su fe a resguardo de la ciencia, ni (lo que era más difícil) manipuló la ciencia para ponerla equivocadamente al servicio de la fe.
Acerca de este punto merece la pena detenernos. Lemaître jamás intentó explotar la ciencia en beneficio de la religión. Estaba convencido de que ciencia y religión son dos caminos diferentes y complementarios que convergen en la verdad. Al cabo de los años, declaraba en una entrevista concedida al New York Times: Yo me interesaba por la verdad desde el punto de vista de la salvación y desde el punto de vista de la certeza científica. Me parecía que los dos caminos conducen a la verdad, y decidí seguir ambos. Nada en mi vida profesional, ni en lo que he encontrado en la ciencia y en la religión, me ha inducido jamás a cambiar de opinión.

Más aún, dejó clara constancia de sus ideas sobre las relaciones entre ciencia y fe en estas palabras, pronunciadas el 10 de septiembre de 1936 en un congreso celebrado en Malinas: El científico cristiano debe dominar y aplicar con sagacidad la técnica especial adecuada a su problema. Tiene los mismos medios que su colega no creyente. También tiene la misma libertad de espíritu, al menos si la idea que se hace de las verdades religiosas está a la altura de su formación científica. Sabe que todo ha sido hecho por Dios, pero sabe también que Dios no sustituye a sus creaturas. La actividad divina omnipresente se encuentra por doquier esencialmente oculta. Nunca se podrá reducir el Ser supremo a una hipótesis científica.

La revelación divina no nos ha enseñado lo que éramos capaces de descubrir por nosotros mismos, al menos cuando esas verdades naturales no son indispensables para comprender la verdad sobrenatural. Por tanto, el científico cristiano va hacia adelante libremente, con la seguridad de que su investigación no puede entrar en conflicto con su fe. Incluso quizá tiene una cierta ventaja sobre su colega no creyente; en efecto, ambos se esfuerzan por descifrar la múltiple complejidad de la naturaleza en la que se encuentran superpuestas y confundidas las diversas etapas de la larga evolución del mundo, pero el creyente tiene la ventaja de saber que el enigma tiene solución, que la escritura subyacente es al fin y al cabo la obra de un Ser inteligente, y que por tanto el problema que plantea la naturaleza puede ser resuelto y su dificultad está sin duda proporcionada a la capacidad presente y futura de la humanidad. Probablemente esto no le proporcionará nuevos recursos para su investigación, pero contribuirá a fomentar en él ese sano optimismo sin el cual no se puede mantener durante largo tiempo un esfuerzo sostenido. En cierto sentido, el científico en su trabajo prescinde de su fe, no porque esa fe pudiera entorpecer su investigación, sino porque no se relaciona directamente con su actividad científica.

Jesús Amado

martes, 21 de abril de 2015

Fe y razón según Benedicto XVI

Seis textos fundamentales. En esta ocasión, presentamos un nuevo libro electrónico de descarga gratuita con varias intervenciones fundamentales de Benedicto XVI sobre las relaciones entre la fe y la razón.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Un Premio Nobel de Física asegura que cree en Dios...



William Daniel Phillips
Un Premio Nobel de Física asegura que cree en Dios más «gracias a la Ciencia que a pesar de ella»

Fuente: https://www.religionenlibertad.com/ciencia_y_fe/25836/un-premio-nobel-de-fisica-asegura-que-cree-en-dios-mas.html 

Le dieron el premio en 1997 y declara con rotundidad: «Soy un científico serio que cree seriamente en Dios».
Actualizado 16 noviembre 2012

El pasado día 5 de noviembre fue el 64 cumpleaños de William Daniel Phillips, físico estadounidense y ganador del Premio Nobel de Física en 1997 por el desarrollo de métodos para enfriar y capturar átomos por láser. 

Durante mucho tiempo ha sido miembro del National Institute of Standards and Technology (Instituto Nacional de Estándares y Tecnología), es profesor en la Universidad de Maryland y también uno de los fundadores de la International Society for Science & Religion (Sociedad Internacional para la Ciencia y la Religión). 

Unión entre ciencia y fe
Hace años, escribió su testimonio explicando su pensamiento sobre la existencia de Dios y sobre la unión entre la ciencia y la fe, que puede consultarseAQUÍ

«La Ciencia y la Religión no son enemigos irreconciliables»
«Muchos creen que la Ciencia, ofreciendo explicaciones, se opone a la comprensión de que el universo es una creación amorosa de Dios», comienza en su exposición el científico, «creen que la Ciencia y la Religión son enemigos irreconciliables, pero no es así». 

William Phillips responde a esta pregunta a través de su experiencia: «Yo soy físico. Hago investigación tradicional, publico en revistas, presento mis investigaciones en reuniones profesionales, enseño a estudiantes e investigadores post-doctorales, intento aprender cómo funciona la naturaleza. En otras palabras, soy un científico ordinario». 

Reza con regularidad...
Pero, continua, «también soy una persona de fe religiosa. Asisto a la iglesia, canto gospel en el coro, todos los domingos voy al catecismo, rezo con regularidad, trato de ´hacer justicia, amar la misericordia, y caminar humildemente con mi Dios´. En otras palabras, soy una persona común de fe». 

...y no es una contradicción con ser científico
Para mucha gente, esto puede parecer una contradicción: «¡Un científico serio que cree seriamente en Dios! Pero, para muchas personas más, soy una persona como ellos. Aunque la mayor parte de la atención de los medios de comunicación va enfocada a los ateos ´estridentes´ que dicen que la religión es una superstición tonta, o los creacionistas fundamentalistas que niegan la evidencia clara de la evolución cósmica y biológica, la mayoría de la gente que conozco no ninguna dificultad en aceptar el conocimiento científico y mantener la fe religiosa», asegura.

¿Cómo puedo creer en Dios?
Continúa el Premio Nobel: «Como físico experimental, necesito pruebas, experimentos reproducibles y una lógica rigurosa para apoyar cualquier hipótesis científica. ¿Cómo puede una persona así basarse en la fe?», reta. 

Él mismo se plantea dos preguntas que tiene que responder: ¿Cómo puedo creer en Dios? y ¿Por qué creo en Dios? ¿Cómo puedo creer en Dios? 

«Un científico puede creer en Dios porque esta convicción no es una cuestión científica. Una afirmación científica debe ser ´falsificable´, es decir, debe haber algunos resultados que, al menos en principio, podrían demostrar que la afirmación es falsa [....]. Por el contrario, las afirmaciones religiosas no tienen que ser necesariamente ´falsificables´», argumenta William Phillips. 

«No es necesario que todo enunciado sea un enunciado científico; ni tampoco por ello los enunciados que simplemente no son científicos pasan a ser afirmaciones inútiles o irracionales. La ciencia no es la única manera útil de ver la vida», razona el premio Nobel.

¿Por qué creo en Dios?
«Como físico, observo la naturaleza desde un punto de vista particular. Veo un universo ordenado, hermoso, en el que casi todos los fenómenos físicos pueden ser entendidos con unas pocas y simples ecuaciones matemáticas. Veo a un universo que, de haber sido construido de una manera ligeramente diferente, nunca habría dado a luz a las estrellas y los planetas. Y no hay ninguna razón científica por la cual el universo no podría haber sido diferente. Muchos buenos científicos han concluido con estas observaciones que un Dios inteligente ha decidido crear el universo con esta propiedad hermosa, sencilla y vivificante. Muchos otros grandes científicos, sin embargo, son ateos. Ambas conclusiones son posiciones de fe», responde. 

Un ateo que cambia de opinión
Recientemente, el filósofo y por largo tiempo ateo Anthony Flew, cambió de opinión y decidió que, sobre la base de estos elementos y pruebas, era necesario creer en Dios: «Creo que estos argumentos son sugerentes y ayudan a sostenener la fe en Dios», comenta William Phillips, «pero no son concluyentes. Yo creo en Dios porque siento la presencia de Dios en mi vida, porque puedo ver la evidencia de la bondad de Dios en el mundo, porque creo en el amor y porque creo que Dios es amor».

¿Dudas sobre Dios?
¿Esto le hace una mejor persona o un físico mejor que otros? «Difícilmente. Conozco un montón de ateos que son mejores personas y mejores científicos que yo. ¿Esto libre de dudas sobre la existencia de Dios? Difícilmente también. Las preguntas sobre el mal en el mundo, el sufrimiento de niños inocentes, la variedad del pensamiento religioso y otros imponderables suelen dejar a menudo en el aire la cuestión de si estoy en lo cierto, y me hacen constatar siempre mi ignorancia. A pesar de todo esto, creo más gracias a la Ciencia que a pesar de ella», concluye el premio Nobel. 

«Como está escrito en la Epístola a los Hebreos, ´la fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven´».



domingo, 21 de noviembre de 2010

La ciencia para el bien del hombre y el desarrollo de los pueblos

Discurso del Santo Padre a los participantes en la plenaria de la Academia pontificia de ciencias

La ciencia para el bien del hombre
y el desarrollo de los pueblos


"Los logros científicos deberían estar siempre inspirados en imperativos de fraternidad y de paz, orientando los esfuerzos de cada uno hacia el auténtico bien del hombre y el desarrollo integral de los pueblos". Lo dijo el Papa a los participantes en la asamblea plenaria de la Academia pontificia de ciencias, a quienes recibió en audiencia el jueves 28 de octubre.

Excelencias; ilustres señoras y señores: Me complace saludaros a todos los aquí presentes mientras la Academia pontificia de ciencias se reúne para su sesión plenaria a fin de reflexionar sobre "La herencia científica del siglo XX". Saludo en particular al obispo Marcelo Sánchez Sorondo, canciller de la Academia. Aprovecho esta oportunidad también para recordar con afecto y gratitud al profesor Nicola Cabibbo, vuestro difunto presidente. Junto con todos vosotros, encomiendo en la oración su noble alma a Dios, Padre de misericordia.

La historia de la ciencia en el siglo XX está marcada por indudables conquistas y grandes progresos. Lamentablemente, por otro lado, la imagen popular de la ciencia del siglo XX a veces se caracteriza por dos elementos extremos. Por una parte, algunos consideran la ciencia como una panacea, demostrada por sus importantes conquistas en el siglo pasado. En efecto, sus innumerables avances han sido tan determinantes y rápidos que, aparentemente, confirman la opinión según la cual la ciencia puede responder a todos los interrogantes relacionados con la existencia del hombre e incluso a sus más altas aspiraciones. Por otra, algunos temen la ciencia y se alejan de ella a causa de ciertos desarrollos que hacen reflexionar, como la construcción y el uso aterrador de armas nucleares.

Ciertamente, la ciencia no queda definida por ninguno de estos dos extremos. Su tarea era y es una investigación paciente pero apasionada de la verdad sobre el cosmos, sobre la naturaleza y sobre la constitución del ser humano. En esta investigación se cuentan numerosos éxitos y numerosos fracasos, triunfos y derrotas. Los avances de la ciencia han sido alentadores, como por ejemplo cuando se descubrieron la complejidad de la naturaleza y sus fenómenos, más allá de nuestras expectativas, pero también humillantes, como cuando quedó demostrado que algunas de las teorías que hubieran debido explicar esos fenómenos de una vez por todas resultaron sólo parciales. Esto no quita que también los resultados provisionales son una contribución real al descubrimiento de la correspondencia entre el intelecto y las realidades naturales, sobre las cuales las generaciones sucesivas podrán basarse para un desarrollo ulterior.

Los avances realizados en el conocimiento científico en el siglo XX, en todas sus diversas disciplinas, han llevado a una conciencia decididamente mayor del lugar que el hombre y este planeta ocupan en el universo. En todas las ciencias, el denominador común sigue siendo la noción de experimentación como método organizado para observar la naturaleza. El hombre ha realizado más progresos en el siglo pasado que en toda la historia precedente de la humanidad, aunque no siempre en el conocimiento de sí mismo y de Dios, pero sí ciertamente en el de los microcosmos y los macrocosmos. Queridos amigos, nuestro encuentro de hoy es una demostración de la estima de la Iglesia por la constante investigación científica y de su gratitud por el esfuerzo científico que alienta y del que se beneficia. En nuestros días, los propios científicos aprecian cada vez más la necesidad de estar abiertos a la filosofía para descubrir el fundamento lógico y epistemológico de su metodología y de sus conclusiones. La Iglesia, por su parte, está convencida de que la actividad científica se beneficia claramente del reconocimiento de la dimensión espiritual del hombre y de su búsqueda de respuestas definitivas, que permitan el reconocimiento de un mundo que existe independientemente de nosotros, que no comprendemos exhaustivamente y que sólo podemos comprender en la medida en que logramos aferrar su lógica intrínseca. Los científicos no crean el mundo. Aprenden cosas sobre él y tratan de imitarlo, siguiendo las leyes y la inteligibilidad que la naturaleza nos manifiesta. La experiencia del científico como ser humano es, por tanto, percibir una constante, una ley, un logos que él no ha creado, sino que ha observado: en efecto, nos lleva a admitir la existencia de una Razón omnipotente, que es diferente respecto a la del hombre y que sostiene el mundo. Este es el punto de encuentro entre las ciencias naturales y la religión. Por consiguiente, la ciencia se convierte en un lugar de diálogo, un encuentro entre el hombre y la naturaleza y, potencialmente, también entre el hombre y su Creador.

Mientras miramos al siglo XXI, quiero proponeros dos pensamientos sobre los cuales reflexionar más en profundidad. En primer lugar, mientras los logros cada vez más numerosos de las ciencias aumentan nuestra maravilla frente a la complejidad de la naturaleza, se percibe cada vez más la necesidad de un enfoque interdisciplinario vinculado a una reflexión filosófica que lleve a una síntesis. En segundo lugar, en este nuevo siglo, los logros científicos deberían estar siempre inspirados en imperativos de fraternidad y de paz, contribuyendo a resolver los grandes problemas de la humanidad, y orientando los esfuerzos de cada uno hacia el auténtico bien del hombre y el desarrollo integral de los pueblos del mundo. El fruto positivo de la ciencia del siglo XXI seguramente dependerá, en gran medida, de la capacidad del científico de buscar la verdad y de aplicar los descubrimientos de un modo que se busque al mismo tiempo lo que es justo y bueno.

Con estos sentimientos, os invito a dirigir vuestra mirada hacia Cristo, la Sabiduría increada, y a reconocer su rostro, el Logos del Creador de todas las cosas. Renovando mis mejores deseos para vuestro trabajo, os imparto de buen grado mi bendición apostólica.

(©L'Osservatore Romano - 21 de noviembre de 2010)

lunes, 30 de agosto de 2010

"Creó dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó". Charla P. Carreira

"CREÓ DIOS AL HOMBRE A IMAGEN SUYA, A IMAGEN DE DIOS LO CREÓ, HOMBRE Y MUJER LOS CREÓ"

El Dios de la revelación, ya en el Antiguo Testamento, se define como Dios vivo, fuente de vida, contrapuesto a los ídolos paganos que no son sino hechura humana. Lo propio de Dios es comunicar vida, en los niveles más primitivos de plantas y animales, y sobre todo en el nivel humano, donde la inteligencia y la voluntad libre nos hace acreedores a la descripción, sorprendente y única en la historia, de ser "imágenes de Dios".  Una frase que se aplica exclusivamente a la persona humana, no a los ángeles, aunque a ellos se les denomine, en forma análoga, "hijos de Dios".

Si centramos nuestra atención solamente en la capacidad de conocer y actuar libremente, tendremos que considerar a los ángeles como superiores a todo genio humano, tanto en su capacidad de conocer profundamente, intuitivamente, como en su voluntad sin condicionamientos genéticos ni sociales, tan importantes para nosotros.  Y parecería casi impropio del creador Omnipotente, Sapientísimo e inmaterial, que ha creado a esos espíritus superiores, el crear luego seres tan materiales y limitados como experimentamos cada día que somos los humanos, aun los más perfectos.

Pero la revelación completa de la intimidad de Dios en el Nuevo Testamento nos hace conocer a la Trinidad como comunicación de vida, tan completa, que cada Persona divina no puede existir ni ser pensada con independencia de las relaciones mutuas entre Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los ángeles no pueden comunicar vida, ni por creación –que exige una potencia infinita- ni por donación total (sólo posible a la divinidad), ni dar parte de sí mismos a un nuevo ser, ya que no tienen partes, siendo puro espíritu.  Entre los seres creados, solamente un viviente con estructura compuesta, material, puede dar algo de su propio ser, como semilla activa y fecunda.  Y solamente así pueden brotar relaciones de familia, de dependencia mutua, como existen en Dios mismo en la esencia de su vida trinitaria.

Si el Hijo de Dios es Imagen viviente del Padre eterno, los hijos en una familia humana son también imágenes vivientes de los padres.  Si el Espíritu Santo es Amor de unión total de Padre e Hijo, también los hijos son fruto y lazo de amor entre los esposos.  Y su formación completa –no solamente su nacer- exige ese amor y ese contacto con los padres, sin el cual no hay desarrollo adecuado físico ni verdaderamente humano.

Una simple célula de un alga microscópica es más compleja que una galaxia: tendríamos que ampliarla hasta un diámetro de varios kilómetros para poder seguir su metabolismo en detalle.  La riqueza de programación que permite a la célula inicial de un ser humano desarrollar sin ayuda externa todo el proceso de formación del organismo, desafía toda comprensión.  Si Dios es asombroso en las grandes estructuras del Universo, lo es más todavía en la maravilla de lo pequeño, de la vida y de su capacidad de auto construcción.

Y Dios ha querido hacer a sus criaturas, hechas a su imagen y semejanza, partícipes del milagro de cada nueva existencia, dando a Dios nuevos hijos en el entorno de amor y entrega mutua en que Dios crea al espíritu que se une a la materia viviente de los padres.

La dependencia del nuevo viviente con respecto a sus progenitores se hace cada vez más profunda según avanza en complejidad el organismo.  Comenzando con la simple división de una célula o el confiar semillas al viento de una planta, nos encontramos en el reino animal con exigencias de alimento y cuidado que se extienden por períodos significativos de la vida media de muchas especies.  Y en el hombre es imposible la supervivencia sin muchos años de dependencia hasta llegar a la emancipación de la edad adulta. Nos acercamos así al modelo divino de relaciones de familia que nunca dejan de ser constitutivas de la vida: nunca pueden existir independientemente las divinas Personas, que son inseparables por tener un único entendimiento y una única voluntad en una naturaleza necesariamente poseída sin división ni limitaciones.

En la Encarnación, la familia humana participa de la dignidad de la familia divina, cuando el único Hijo del único Padre eterno se hace Hombre con una única Madre, una Mujer que puede dirigirse a Él con el mismo título de "hijo mío" con que el Padre le designa gozosamente.  En ese entorno humano, en la sencillez humilde de Nazaret, Dios aprendió a ser Niño, a andar, a hablar,  a orar, a trabajar.  Creció como hijo obediente, cariñoso y respetuoso, agradecido por el entorno de amor y protección de María y José.  Una relación que nunca puede olvidar ni considerar terminada: es eternamente Hijo.

Es en el entorno de familia donde Dios quiere también que aprendamos a acercarnos a Él, a amarle, a orar, a conocer nuestra Fe.  Al dirigirnos a Dios como Padre, este título de cariño y confianza lleva el contenido de nuestras experiencias de la paternidad humana.  Son los padres los que regalan al niño su mayor tesoro al pedir el bautismo que hace nuevos hijos de Dios a los hijos de los hombres.  Dios ha querido que su Providencia se realice por medios humanos, y es la familia el medio humano por excelencia por el que nos acercamos a Dios en su Iglesia, en un proceso educativo en que la cercanía a Cristo, a María, se consigue de la mano de quienes personifican para el niño el significado maravilloso de la definición audaz de San Juan: "Dios ES Amor".

Cristo quiso subrayar la dignidad del matrimonio entre quienes son "Hijos de Dios" convirtiendo el contrato privado entre los esposos en un canal de gracia, de vida divina: un sacramento.  Él defendió la dignidad de esa promesa de amor mutuo y de fidelidad sin restricciones afirmando que es –como todo amor verdadero- para siempre.  Quien quiso llamar "Madre" a una mujer, elevó a la esposa a la máxima dignidad, rechazando toda forma de posesión humillante como objeto del capricho pasajero del varón. E hizo del matrimonio una expresión palpable de su relación con la Iglesia, madre de vivientes, de hijos de Dios, con una maternidad que se extiende al mismo Cristo en su Cuerpo místico: "El que hace la voluntad de mi Padre, ése es mi madre y mi hermano y mi hermana".  Si esto es verdad de todo seguidor de Cristo, lo es especialmente de aquellos que contribuyen a su desarrollo con nuevos miembros, en el matrimonio que San Pablo refiere explícitamente a la gracia que nos une a nuestro Salvador.

Si de veras creemos que Dios es Amor, no nos asombrará que sea dentro de la familia cristiana donde Dios debe estar más presente, para irradiar luego el calor de su cariño y la alegría de su luz a todos los ámbitos de la sociedad.  Quien no ama, no ha conocido a Dios, dice San Juan en su primera carta. No hay vida si no hay amor, pero el amor verdadero, generoso, sin límites, es el entorno más propicio para que Dios actúe.

Por eso la Iglesia se alegra con cada boda, pidiendo la bendición del Señor para un nuevo hogar en que el amor florezca siempre.   Todos nosotros compartimos esa alegría que compensa las muchas negruras de tanta falta de amor en el mundo. Porque el plan salvífico de Dios se cumplirá, podemos afirmar que el triunfo final será el triunfo de esa fuerza, débil en apariencia, pero siempre fecunda: triunfará el Amor eternamente.
                                                                                                   Manuel Mª Carreira, S.J.


viernes, 27 de agosto de 2010

No se puede decir que el universo aparece por azar, porque de la nada no sale nada

 
  Manuel Carreira S.J.
Licenciado en Filosofía por la Universidad de Comillas y de Teología por la Universidad Loyola de Chicago
El astrofísico y doctor en teología español, R.P. Manuel Carreira S.J., estuvo por nuestra Universidad dictando conferencias sobre la ciencia y pseudociencia en los medios de comunicación, y sobre el origen del universo y la vida. Puntoedu conversó con él sobre la aparente paradoja que supone ser un científico con fe.
¿Cuánto ha aportado la ciencia a su fe?
La teología, entre otras cosas, tiene que tratar sobre la realidad. Debe cuestionarse sobre por qué existe el universo, si es que tiene una finalidad o no, por qué existe el hombre y cómo el hombre es una realidad espiritual pero ciertamente también material. Para eso uno no puede hacer un estudio suficiente si no sabe con certeza qué es la materia. Si no sé de qué se trata no tengo una base suficiente para que mi teología sea correcta y profunda, por lo menos no contradiciendo los conceptos que describen la realidad material

Sobre el origen de la vida: cada vez son más aceptadas las tesis científicas que dicen que el universo se creó a partir del azar. ¿De dónde venimos del azar o de la creación?
Uno no puede decir que el universo aparece por azar, de la nada no sale nada. Los científicos cuando no saben dar la razón, dicen que el universo se creó por azar. Es lo mismo que sucede cuando uno no sabe una razón y le dice a un niño "porque si". ¿Qué es el azar? ¿Es una fuerza física? No. No se puede poner en una ecuación para hacer un cálculo, no se puede medir con un experimento. El azar no dice nada, solo dice no sé qué explicación dar a una coincidencia de hechos que me parece importante en sus resultados pero de los que no tengo razón. Eso no vale como explicación.
El universo no se creó ni por azar ni de ninguna manera, sino por creación. Hay cálculos físicos que me dicen que para que exista una molécula, no digo un ser viviente como una célula, no basta ni siquiera que todas las partículas atómicas del mundo colisionen a un millón de veces por segundo. Ni siquiera así existe la probabilidad que se forme por azar una molécula de ADN.

Entonces, si no podemos explicar la creación con la ciencia ¿cómo podríamos hacerlo con la teología?
Para explicar el origen del universo y la existencia del creador no hace falta que la fe nos lo diga, lo dice el razonamiento lógico de la filosofía. En el concilio Vaticano I se dijo como manera oficial de hablar que por puro razonamiento natural se llega a la idea de un creador. O una de dos: se dice que el universo se creó por azar que no es decir nada o se dice que hubo un creador. ¿Cuál es la respuesta más lógica?

Y a los milagros, ¿qué respuesta lógica les podemos dar?
Un milagro es un hecho externo comprobable por cualquiera, crea o no crea. Los milagros van por un lado externo del modo bien comprobado de actuar de la materia. Acaso en algún laboratorio se piensa que para que un experimento funcione es necesario que yo le dé la orden a la materia de que lo haga. La materia nunca obedece órdenes de nadie excepto de Dios, entonteces cuando hay un milagro en el que una orden de Cristo pacifica instantáneamente el mar, o convierte el agua en vino, o sana a un paralítico, o multiplica 5 panes para alimentar a miles de personas estoy hablando de una realidad perfectamente comprobable por cualquiera.

¿Entonces los terremotos también son acciones que obedecen a Dios?
No en ese sentido, pero él puede decir que no ocurran, que no ocurran daños, él tiene el control sobre lo que ha creado y sobre lo que mantiene en la existencia. La gente tiende a buscar razones para lo que no entiende. Sabemos que en toda la costa este de EEUU, por ejemplo, tienen que haber terremotos por una cuestión física y necesariamente van a haber volcanes y terremotos. Es parte normal de cómo actúa la materia y si no hubiera esa actividad la tierra no sería habitable, hace falta que la tierra renueve su corteza y atmósfera y eso lo hace por medio de la actividad volcánica. No es castigo de Dios.

Dijeron que el acelerador de partículas, buscaba imitar a Dios.
No hay ningún aparato que vaya a recrear lo que ocurrió en el primer momento del universo. Lo único que se ha hecho es un sistema físico que acelera partículas a más energía de lo que se había hecho antes. Se supone que cuando uno utiliza un aparato con más nivel de energía algo interesante debería ocurrir, pero eso nadie lo sabe. Pero hablar de que va a producir un Bing Bang o agujeros negros, todo eso es pura especulación sin base científica. En suma es pura mentira. El problema es que los medios de comunicación escuchan a alguien decir alguna palabra de estas y ese es el titular, pero los físicos no aceptan ese modo de hablar.

¿Por qué es difícil insertar contenidos científicos serios en los medios de comunicación masiva?
Los medios de comunicación de masas obligan a los que escriben a llenar páginas completas sin saber nada de esos temas y lo único que atrae es un titular llamativo. Como decían años antes poner que un perro mordió a un hombre no llama la atención, pero si dices que un hombre mordió un perro eso sí llama la atención. Con los datos científicos ocurre algo parecido, si digo Marte tiene casquetes polares de hielo eso ya no es noticia, pero si digo que hay vida en Marte eso ya es noticia. Tengo pruebas que tenga vida, ninguna, ¿es probable que la tuvo?, ninguna. Hay mucha palabrería de ciencia ficción.

¿Por qué crea Dios?
Porque desea comunicar su felicidad a quienes pueden conocerle, aceptar y agradecer la existencia y finalmente estar con él fuera de todo límite de espacio y tiempo.

Finalmente, ¿cuánto ha aportado su fe a su profesión científica?
La fe cristiana favoreció el desarrollo de la ciencia diciéndonos que todo está hecho con orden y medida, que no es un caos, que Dios ha hecho un universo que se puede entender racionalmente. Y es por eso que la ciencia se ha desarrollado en la Europa cristiana sobre todo y eso nadie puede negarlo. No se ha desarrollado ciencia ni en China, India o Japón hasta que en la época moderna la reciben de occidente. ¿Por qué? Porque en esas culturas no se creía en la racionalidad del universo, se daba por supuesto que las cosas más contradictorias se tenían que unir en una síntesis. En cambio, en la Europa cristiana la concepción de un universo hecho ordenadamente por un Dios racional, inteligente y libre nos hace pensar que nosotros podemos, al menos en parte, conocer lógicamente ese universo y así se desarrolla la ciencia. Y como la ciencia me lleva a preguntas que la misma ciencia no puede responder entonces puedo decir que mi conocimiento filosófico y teológico me da las respuestas que un experimento no puede dar.

Entrevista y foto: Miguel Sánchez Flores
http://www.pucp.edu.pe/puntoedu/index.php?option=com_opinion&id=3619

jueves, 25 de marzo de 2010

NO HAY OPOSICIÓN ENTRE FE Y CIENCIA, A PESAR DE LAS INCOMPRENSIONES

"NO HAY OPOSICIÓN ENTRE FE Y CIENCIA, A PESAR DE LAS INCOMPRENSIONES", DICE EL PAPA


Dedica la catequesis a la figura de san Alberto Magno


CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 24 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- El Papa Benedicto XVI afirmó hoy, como lo ha hecho en diversas ocasiones, que, a pesar de los episodios de "incomprensión", "no hay oposición entre la fe y la ciencia", durante su catequesis en la Audiencia General, celebrada en la Plaza de san Pedro.

El Pontífice, dentro de su ciclo de catequesis sobre los pensadores de la Iglesia, centró hoy su atención en la figura de san Alberto Magno (siglo XIII), llamado así por la vastedad de sus conocimientos, que abarcaban desde las ciencias naturales a la filosofía y la teología.

Este santo, recuerda el Papa, tiene entre sus méritos el de ser maestro de santo Tomás de Aquino, además de haber introducido la filosofía de Aristóteles en el pensamiento cristiano, obra que culminaría su egregio discípulo.

Explicó que san Alberto fue un "gran hombre de Dios e insigne investigador, no sólo de las verdades de la fe, sino de muchísimos otros sectores del saber".

"Echando una mirada a los títulos de sus numerosísimas obras, se da uno cuenta de que su cultura tiene algo de prodigioso, y que sus intereses enciclopédicos le llevaron a ocuparse no sólo de filosofía y de teología, como otros contemporáneos, sino también de toda otra disciplina entonces conocida, de la física a la química, de la astronomía a la mineralogía, de la botánica a la zoología".

Ciertamente, admitió el Papa, "los métodos científicos utilizados por san Alberto Magno no son los que se afirmarían en los siglos sucesivos".

Sin embargo, añadió, "él tiene mucho que enseñarnos aún. Sobre todo, san Alberto muestra que entre fe y ciencia no hay oposición, a pesar de algunos episodios de incomprensión que se han registrado en la historia".

"Un hombre de fe y de oración, como fue san Alberto Magno, puede cultivar serenamente el estudio de las ciencias naturales y progresar en el conocimiento del micro y del macrocosmos, descubriendo las leyes propias de la materia, ya que todo esto concurre a alimentar la sed y el amor de Dios".

"¡Cuántos científicos, de hecho, tras las huellas de san Alberto Magno, han llevado adelante sus investigaciones inspirados por el asombro y la gratitud frente al mundo que, a sus ojos de investigadores y de creyentes, aparecía y aparece como obra buena de un Creador sabio y amoroso!", añadió el Papa a los presentes.

San Alberto Magno "nos recuerda que entre ciencia y fe hay amistad, y que los hombres de ciencia pueden recorrer, a través de su vocación al estudio de la naturaleza, un auténtico y fascinante recorrido de santidad".

Respecto a su papel en la acogida y valoración del pensamiento de Aristóteles en las universidades medievales, que supuso "una revolución cultural" en su tiempo, Benedicto XVI afirmó que Alberto, "con rigor científico estudió las obras de Aristóteles, convencido de que todo lo que es realmente racional es compatible con la fe revelada en las Sagradas Escrituras".

"En otras palabras, san Alberto Magno contribuyó así a la formación de una filosofía autónoma, distinta de la teología y unida con ella sólo por la unidad de la verdad".

Esto dio origen, explicó, a "una clara distinción entre estos dos saberes, filosofía y teología, que, dialogando entre sí, cooperan armoniosamente al descubrimiento de la autentica vocación del hombre, sediento de verdad y de felicidad".

En este sentido, concluyó augurando que "no falten nunca en la santa Iglesia teólogos doctos, píos y sabios como san Alberto Magno".

[Por Inma Álvarez]

ZS10032408 - 24-03-2010
Permalink: http://www.zenit.org/article-34773?l=spanish