domingo, 21 de noviembre de 2010

La ciencia para el bien del hombre y el desarrollo de los pueblos

Discurso del Santo Padre a los participantes en la plenaria de la Academia pontificia de ciencias

La ciencia para el bien del hombre
y el desarrollo de los pueblos


"Los logros científicos deberían estar siempre inspirados en imperativos de fraternidad y de paz, orientando los esfuerzos de cada uno hacia el auténtico bien del hombre y el desarrollo integral de los pueblos". Lo dijo el Papa a los participantes en la asamblea plenaria de la Academia pontificia de ciencias, a quienes recibió en audiencia el jueves 28 de octubre.

Excelencias; ilustres señoras y señores: Me complace saludaros a todos los aquí presentes mientras la Academia pontificia de ciencias se reúne para su sesión plenaria a fin de reflexionar sobre "La herencia científica del siglo XX". Saludo en particular al obispo Marcelo Sánchez Sorondo, canciller de la Academia. Aprovecho esta oportunidad también para recordar con afecto y gratitud al profesor Nicola Cabibbo, vuestro difunto presidente. Junto con todos vosotros, encomiendo en la oración su noble alma a Dios, Padre de misericordia.

La historia de la ciencia en el siglo XX está marcada por indudables conquistas y grandes progresos. Lamentablemente, por otro lado, la imagen popular de la ciencia del siglo XX a veces se caracteriza por dos elementos extremos. Por una parte, algunos consideran la ciencia como una panacea, demostrada por sus importantes conquistas en el siglo pasado. En efecto, sus innumerables avances han sido tan determinantes y rápidos que, aparentemente, confirman la opinión según la cual la ciencia puede responder a todos los interrogantes relacionados con la existencia del hombre e incluso a sus más altas aspiraciones. Por otra, algunos temen la ciencia y se alejan de ella a causa de ciertos desarrollos que hacen reflexionar, como la construcción y el uso aterrador de armas nucleares.

Ciertamente, la ciencia no queda definida por ninguno de estos dos extremos. Su tarea era y es una investigación paciente pero apasionada de la verdad sobre el cosmos, sobre la naturaleza y sobre la constitución del ser humano. En esta investigación se cuentan numerosos éxitos y numerosos fracasos, triunfos y derrotas. Los avances de la ciencia han sido alentadores, como por ejemplo cuando se descubrieron la complejidad de la naturaleza y sus fenómenos, más allá de nuestras expectativas, pero también humillantes, como cuando quedó demostrado que algunas de las teorías que hubieran debido explicar esos fenómenos de una vez por todas resultaron sólo parciales. Esto no quita que también los resultados provisionales son una contribución real al descubrimiento de la correspondencia entre el intelecto y las realidades naturales, sobre las cuales las generaciones sucesivas podrán basarse para un desarrollo ulterior.

Los avances realizados en el conocimiento científico en el siglo XX, en todas sus diversas disciplinas, han llevado a una conciencia decididamente mayor del lugar que el hombre y este planeta ocupan en el universo. En todas las ciencias, el denominador común sigue siendo la noción de experimentación como método organizado para observar la naturaleza. El hombre ha realizado más progresos en el siglo pasado que en toda la historia precedente de la humanidad, aunque no siempre en el conocimiento de sí mismo y de Dios, pero sí ciertamente en el de los microcosmos y los macrocosmos. Queridos amigos, nuestro encuentro de hoy es una demostración de la estima de la Iglesia por la constante investigación científica y de su gratitud por el esfuerzo científico que alienta y del que se beneficia. En nuestros días, los propios científicos aprecian cada vez más la necesidad de estar abiertos a la filosofía para descubrir el fundamento lógico y epistemológico de su metodología y de sus conclusiones. La Iglesia, por su parte, está convencida de que la actividad científica se beneficia claramente del reconocimiento de la dimensión espiritual del hombre y de su búsqueda de respuestas definitivas, que permitan el reconocimiento de un mundo que existe independientemente de nosotros, que no comprendemos exhaustivamente y que sólo podemos comprender en la medida en que logramos aferrar su lógica intrínseca. Los científicos no crean el mundo. Aprenden cosas sobre él y tratan de imitarlo, siguiendo las leyes y la inteligibilidad que la naturaleza nos manifiesta. La experiencia del científico como ser humano es, por tanto, percibir una constante, una ley, un logos que él no ha creado, sino que ha observado: en efecto, nos lleva a admitir la existencia de una Razón omnipotente, que es diferente respecto a la del hombre y que sostiene el mundo. Este es el punto de encuentro entre las ciencias naturales y la religión. Por consiguiente, la ciencia se convierte en un lugar de diálogo, un encuentro entre el hombre y la naturaleza y, potencialmente, también entre el hombre y su Creador.

Mientras miramos al siglo XXI, quiero proponeros dos pensamientos sobre los cuales reflexionar más en profundidad. En primer lugar, mientras los logros cada vez más numerosos de las ciencias aumentan nuestra maravilla frente a la complejidad de la naturaleza, se percibe cada vez más la necesidad de un enfoque interdisciplinario vinculado a una reflexión filosófica que lleve a una síntesis. En segundo lugar, en este nuevo siglo, los logros científicos deberían estar siempre inspirados en imperativos de fraternidad y de paz, contribuyendo a resolver los grandes problemas de la humanidad, y orientando los esfuerzos de cada uno hacia el auténtico bien del hombre y el desarrollo integral de los pueblos del mundo. El fruto positivo de la ciencia del siglo XXI seguramente dependerá, en gran medida, de la capacidad del científico de buscar la verdad y de aplicar los descubrimientos de un modo que se busque al mismo tiempo lo que es justo y bueno.

Con estos sentimientos, os invito a dirigir vuestra mirada hacia Cristo, la Sabiduría increada, y a reconocer su rostro, el Logos del Creador de todas las cosas. Renovando mis mejores deseos para vuestro trabajo, os imparto de buen grado mi bendición apostólica.

(©L'Osservatore Romano - 21 de noviembre de 2010)

lunes, 30 de agosto de 2010

"Creó dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó". Charla P. Carreira

"CREÓ DIOS AL HOMBRE A IMAGEN SUYA, A IMAGEN DE DIOS LO CREÓ, HOMBRE Y MUJER LOS CREÓ"

El Dios de la revelación, ya en el Antiguo Testamento, se define como Dios vivo, fuente de vida, contrapuesto a los ídolos paganos que no son sino hechura humana. Lo propio de Dios es comunicar vida, en los niveles más primitivos de plantas y animales, y sobre todo en el nivel humano, donde la inteligencia y la voluntad libre nos hace acreedores a la descripción, sorprendente y única en la historia, de ser "imágenes de Dios".  Una frase que se aplica exclusivamente a la persona humana, no a los ángeles, aunque a ellos se les denomine, en forma análoga, "hijos de Dios".

Si centramos nuestra atención solamente en la capacidad de conocer y actuar libremente, tendremos que considerar a los ángeles como superiores a todo genio humano, tanto en su capacidad de conocer profundamente, intuitivamente, como en su voluntad sin condicionamientos genéticos ni sociales, tan importantes para nosotros.  Y parecería casi impropio del creador Omnipotente, Sapientísimo e inmaterial, que ha creado a esos espíritus superiores, el crear luego seres tan materiales y limitados como experimentamos cada día que somos los humanos, aun los más perfectos.

Pero la revelación completa de la intimidad de Dios en el Nuevo Testamento nos hace conocer a la Trinidad como comunicación de vida, tan completa, que cada Persona divina no puede existir ni ser pensada con independencia de las relaciones mutuas entre Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los ángeles no pueden comunicar vida, ni por creación –que exige una potencia infinita- ni por donación total (sólo posible a la divinidad), ni dar parte de sí mismos a un nuevo ser, ya que no tienen partes, siendo puro espíritu.  Entre los seres creados, solamente un viviente con estructura compuesta, material, puede dar algo de su propio ser, como semilla activa y fecunda.  Y solamente así pueden brotar relaciones de familia, de dependencia mutua, como existen en Dios mismo en la esencia de su vida trinitaria.

Si el Hijo de Dios es Imagen viviente del Padre eterno, los hijos en una familia humana son también imágenes vivientes de los padres.  Si el Espíritu Santo es Amor de unión total de Padre e Hijo, también los hijos son fruto y lazo de amor entre los esposos.  Y su formación completa –no solamente su nacer- exige ese amor y ese contacto con los padres, sin el cual no hay desarrollo adecuado físico ni verdaderamente humano.

Una simple célula de un alga microscópica es más compleja que una galaxia: tendríamos que ampliarla hasta un diámetro de varios kilómetros para poder seguir su metabolismo en detalle.  La riqueza de programación que permite a la célula inicial de un ser humano desarrollar sin ayuda externa todo el proceso de formación del organismo, desafía toda comprensión.  Si Dios es asombroso en las grandes estructuras del Universo, lo es más todavía en la maravilla de lo pequeño, de la vida y de su capacidad de auto construcción.

Y Dios ha querido hacer a sus criaturas, hechas a su imagen y semejanza, partícipes del milagro de cada nueva existencia, dando a Dios nuevos hijos en el entorno de amor y entrega mutua en que Dios crea al espíritu que se une a la materia viviente de los padres.

La dependencia del nuevo viviente con respecto a sus progenitores se hace cada vez más profunda según avanza en complejidad el organismo.  Comenzando con la simple división de una célula o el confiar semillas al viento de una planta, nos encontramos en el reino animal con exigencias de alimento y cuidado que se extienden por períodos significativos de la vida media de muchas especies.  Y en el hombre es imposible la supervivencia sin muchos años de dependencia hasta llegar a la emancipación de la edad adulta. Nos acercamos así al modelo divino de relaciones de familia que nunca dejan de ser constitutivas de la vida: nunca pueden existir independientemente las divinas Personas, que son inseparables por tener un único entendimiento y una única voluntad en una naturaleza necesariamente poseída sin división ni limitaciones.

En la Encarnación, la familia humana participa de la dignidad de la familia divina, cuando el único Hijo del único Padre eterno se hace Hombre con una única Madre, una Mujer que puede dirigirse a Él con el mismo título de "hijo mío" con que el Padre le designa gozosamente.  En ese entorno humano, en la sencillez humilde de Nazaret, Dios aprendió a ser Niño, a andar, a hablar,  a orar, a trabajar.  Creció como hijo obediente, cariñoso y respetuoso, agradecido por el entorno de amor y protección de María y José.  Una relación que nunca puede olvidar ni considerar terminada: es eternamente Hijo.

Es en el entorno de familia donde Dios quiere también que aprendamos a acercarnos a Él, a amarle, a orar, a conocer nuestra Fe.  Al dirigirnos a Dios como Padre, este título de cariño y confianza lleva el contenido de nuestras experiencias de la paternidad humana.  Son los padres los que regalan al niño su mayor tesoro al pedir el bautismo que hace nuevos hijos de Dios a los hijos de los hombres.  Dios ha querido que su Providencia se realice por medios humanos, y es la familia el medio humano por excelencia por el que nos acercamos a Dios en su Iglesia, en un proceso educativo en que la cercanía a Cristo, a María, se consigue de la mano de quienes personifican para el niño el significado maravilloso de la definición audaz de San Juan: "Dios ES Amor".

Cristo quiso subrayar la dignidad del matrimonio entre quienes son "Hijos de Dios" convirtiendo el contrato privado entre los esposos en un canal de gracia, de vida divina: un sacramento.  Él defendió la dignidad de esa promesa de amor mutuo y de fidelidad sin restricciones afirmando que es –como todo amor verdadero- para siempre.  Quien quiso llamar "Madre" a una mujer, elevó a la esposa a la máxima dignidad, rechazando toda forma de posesión humillante como objeto del capricho pasajero del varón. E hizo del matrimonio una expresión palpable de su relación con la Iglesia, madre de vivientes, de hijos de Dios, con una maternidad que se extiende al mismo Cristo en su Cuerpo místico: "El que hace la voluntad de mi Padre, ése es mi madre y mi hermano y mi hermana".  Si esto es verdad de todo seguidor de Cristo, lo es especialmente de aquellos que contribuyen a su desarrollo con nuevos miembros, en el matrimonio que San Pablo refiere explícitamente a la gracia que nos une a nuestro Salvador.

Si de veras creemos que Dios es Amor, no nos asombrará que sea dentro de la familia cristiana donde Dios debe estar más presente, para irradiar luego el calor de su cariño y la alegría de su luz a todos los ámbitos de la sociedad.  Quien no ama, no ha conocido a Dios, dice San Juan en su primera carta. No hay vida si no hay amor, pero el amor verdadero, generoso, sin límites, es el entorno más propicio para que Dios actúe.

Por eso la Iglesia se alegra con cada boda, pidiendo la bendición del Señor para un nuevo hogar en que el amor florezca siempre.   Todos nosotros compartimos esa alegría que compensa las muchas negruras de tanta falta de amor en el mundo. Porque el plan salvífico de Dios se cumplirá, podemos afirmar que el triunfo final será el triunfo de esa fuerza, débil en apariencia, pero siempre fecunda: triunfará el Amor eternamente.
                                                                                                   Manuel Mª Carreira, S.J.


viernes, 27 de agosto de 2010

No se puede decir que el universo aparece por azar, porque de la nada no sale nada

 
  Manuel Carreira S.J.
Licenciado en Filosofía por la Universidad de Comillas y de Teología por la Universidad Loyola de Chicago
El astrofísico y doctor en teología español, R.P. Manuel Carreira S.J., estuvo por nuestra Universidad dictando conferencias sobre la ciencia y pseudociencia en los medios de comunicación, y sobre el origen del universo y la vida. Puntoedu conversó con él sobre la aparente paradoja que supone ser un científico con fe.
¿Cuánto ha aportado la ciencia a su fe?
La teología, entre otras cosas, tiene que tratar sobre la realidad. Debe cuestionarse sobre por qué existe el universo, si es que tiene una finalidad o no, por qué existe el hombre y cómo el hombre es una realidad espiritual pero ciertamente también material. Para eso uno no puede hacer un estudio suficiente si no sabe con certeza qué es la materia. Si no sé de qué se trata no tengo una base suficiente para que mi teología sea correcta y profunda, por lo menos no contradiciendo los conceptos que describen la realidad material

Sobre el origen de la vida: cada vez son más aceptadas las tesis científicas que dicen que el universo se creó a partir del azar. ¿De dónde venimos del azar o de la creación?
Uno no puede decir que el universo aparece por azar, de la nada no sale nada. Los científicos cuando no saben dar la razón, dicen que el universo se creó por azar. Es lo mismo que sucede cuando uno no sabe una razón y le dice a un niño "porque si". ¿Qué es el azar? ¿Es una fuerza física? No. No se puede poner en una ecuación para hacer un cálculo, no se puede medir con un experimento. El azar no dice nada, solo dice no sé qué explicación dar a una coincidencia de hechos que me parece importante en sus resultados pero de los que no tengo razón. Eso no vale como explicación.
El universo no se creó ni por azar ni de ninguna manera, sino por creación. Hay cálculos físicos que me dicen que para que exista una molécula, no digo un ser viviente como una célula, no basta ni siquiera que todas las partículas atómicas del mundo colisionen a un millón de veces por segundo. Ni siquiera así existe la probabilidad que se forme por azar una molécula de ADN.

Entonces, si no podemos explicar la creación con la ciencia ¿cómo podríamos hacerlo con la teología?
Para explicar el origen del universo y la existencia del creador no hace falta que la fe nos lo diga, lo dice el razonamiento lógico de la filosofía. En el concilio Vaticano I se dijo como manera oficial de hablar que por puro razonamiento natural se llega a la idea de un creador. O una de dos: se dice que el universo se creó por azar que no es decir nada o se dice que hubo un creador. ¿Cuál es la respuesta más lógica?

Y a los milagros, ¿qué respuesta lógica les podemos dar?
Un milagro es un hecho externo comprobable por cualquiera, crea o no crea. Los milagros van por un lado externo del modo bien comprobado de actuar de la materia. Acaso en algún laboratorio se piensa que para que un experimento funcione es necesario que yo le dé la orden a la materia de que lo haga. La materia nunca obedece órdenes de nadie excepto de Dios, entonteces cuando hay un milagro en el que una orden de Cristo pacifica instantáneamente el mar, o convierte el agua en vino, o sana a un paralítico, o multiplica 5 panes para alimentar a miles de personas estoy hablando de una realidad perfectamente comprobable por cualquiera.

¿Entonces los terremotos también son acciones que obedecen a Dios?
No en ese sentido, pero él puede decir que no ocurran, que no ocurran daños, él tiene el control sobre lo que ha creado y sobre lo que mantiene en la existencia. La gente tiende a buscar razones para lo que no entiende. Sabemos que en toda la costa este de EEUU, por ejemplo, tienen que haber terremotos por una cuestión física y necesariamente van a haber volcanes y terremotos. Es parte normal de cómo actúa la materia y si no hubiera esa actividad la tierra no sería habitable, hace falta que la tierra renueve su corteza y atmósfera y eso lo hace por medio de la actividad volcánica. No es castigo de Dios.

Dijeron que el acelerador de partículas, buscaba imitar a Dios.
No hay ningún aparato que vaya a recrear lo que ocurrió en el primer momento del universo. Lo único que se ha hecho es un sistema físico que acelera partículas a más energía de lo que se había hecho antes. Se supone que cuando uno utiliza un aparato con más nivel de energía algo interesante debería ocurrir, pero eso nadie lo sabe. Pero hablar de que va a producir un Bing Bang o agujeros negros, todo eso es pura especulación sin base científica. En suma es pura mentira. El problema es que los medios de comunicación escuchan a alguien decir alguna palabra de estas y ese es el titular, pero los físicos no aceptan ese modo de hablar.

¿Por qué es difícil insertar contenidos científicos serios en los medios de comunicación masiva?
Los medios de comunicación de masas obligan a los que escriben a llenar páginas completas sin saber nada de esos temas y lo único que atrae es un titular llamativo. Como decían años antes poner que un perro mordió a un hombre no llama la atención, pero si dices que un hombre mordió un perro eso sí llama la atención. Con los datos científicos ocurre algo parecido, si digo Marte tiene casquetes polares de hielo eso ya no es noticia, pero si digo que hay vida en Marte eso ya es noticia. Tengo pruebas que tenga vida, ninguna, ¿es probable que la tuvo?, ninguna. Hay mucha palabrería de ciencia ficción.

¿Por qué crea Dios?
Porque desea comunicar su felicidad a quienes pueden conocerle, aceptar y agradecer la existencia y finalmente estar con él fuera de todo límite de espacio y tiempo.

Finalmente, ¿cuánto ha aportado su fe a su profesión científica?
La fe cristiana favoreció el desarrollo de la ciencia diciéndonos que todo está hecho con orden y medida, que no es un caos, que Dios ha hecho un universo que se puede entender racionalmente. Y es por eso que la ciencia se ha desarrollado en la Europa cristiana sobre todo y eso nadie puede negarlo. No se ha desarrollado ciencia ni en China, India o Japón hasta que en la época moderna la reciben de occidente. ¿Por qué? Porque en esas culturas no se creía en la racionalidad del universo, se daba por supuesto que las cosas más contradictorias se tenían que unir en una síntesis. En cambio, en la Europa cristiana la concepción de un universo hecho ordenadamente por un Dios racional, inteligente y libre nos hace pensar que nosotros podemos, al menos en parte, conocer lógicamente ese universo y así se desarrolla la ciencia. Y como la ciencia me lleva a preguntas que la misma ciencia no puede responder entonces puedo decir que mi conocimiento filosófico y teológico me da las respuestas que un experimento no puede dar.

Entrevista y foto: Miguel Sánchez Flores
http://www.pucp.edu.pe/puntoedu/index.php?option=com_opinion&id=3619

jueves, 25 de marzo de 2010

NO HAY OPOSICIÓN ENTRE FE Y CIENCIA, A PESAR DE LAS INCOMPRENSIONES

"NO HAY OPOSICIÓN ENTRE FE Y CIENCIA, A PESAR DE LAS INCOMPRENSIONES", DICE EL PAPA


Dedica la catequesis a la figura de san Alberto Magno


CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 24 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- El Papa Benedicto XVI afirmó hoy, como lo ha hecho en diversas ocasiones, que, a pesar de los episodios de "incomprensión", "no hay oposición entre la fe y la ciencia", durante su catequesis en la Audiencia General, celebrada en la Plaza de san Pedro.

El Pontífice, dentro de su ciclo de catequesis sobre los pensadores de la Iglesia, centró hoy su atención en la figura de san Alberto Magno (siglo XIII), llamado así por la vastedad de sus conocimientos, que abarcaban desde las ciencias naturales a la filosofía y la teología.

Este santo, recuerda el Papa, tiene entre sus méritos el de ser maestro de santo Tomás de Aquino, además de haber introducido la filosofía de Aristóteles en el pensamiento cristiano, obra que culminaría su egregio discípulo.

Explicó que san Alberto fue un "gran hombre de Dios e insigne investigador, no sólo de las verdades de la fe, sino de muchísimos otros sectores del saber".

"Echando una mirada a los títulos de sus numerosísimas obras, se da uno cuenta de que su cultura tiene algo de prodigioso, y que sus intereses enciclopédicos le llevaron a ocuparse no sólo de filosofía y de teología, como otros contemporáneos, sino también de toda otra disciplina entonces conocida, de la física a la química, de la astronomía a la mineralogía, de la botánica a la zoología".

Ciertamente, admitió el Papa, "los métodos científicos utilizados por san Alberto Magno no son los que se afirmarían en los siglos sucesivos".

Sin embargo, añadió, "él tiene mucho que enseñarnos aún. Sobre todo, san Alberto muestra que entre fe y ciencia no hay oposición, a pesar de algunos episodios de incomprensión que se han registrado en la historia".

"Un hombre de fe y de oración, como fue san Alberto Magno, puede cultivar serenamente el estudio de las ciencias naturales y progresar en el conocimiento del micro y del macrocosmos, descubriendo las leyes propias de la materia, ya que todo esto concurre a alimentar la sed y el amor de Dios".

"¡Cuántos científicos, de hecho, tras las huellas de san Alberto Magno, han llevado adelante sus investigaciones inspirados por el asombro y la gratitud frente al mundo que, a sus ojos de investigadores y de creyentes, aparecía y aparece como obra buena de un Creador sabio y amoroso!", añadió el Papa a los presentes.

San Alberto Magno "nos recuerda que entre ciencia y fe hay amistad, y que los hombres de ciencia pueden recorrer, a través de su vocación al estudio de la naturaleza, un auténtico y fascinante recorrido de santidad".

Respecto a su papel en la acogida y valoración del pensamiento de Aristóteles en las universidades medievales, que supuso "una revolución cultural" en su tiempo, Benedicto XVI afirmó que Alberto, "con rigor científico estudió las obras de Aristóteles, convencido de que todo lo que es realmente racional es compatible con la fe revelada en las Sagradas Escrituras".

"En otras palabras, san Alberto Magno contribuyó así a la formación de una filosofía autónoma, distinta de la teología y unida con ella sólo por la unidad de la verdad".

Esto dio origen, explicó, a "una clara distinción entre estos dos saberes, filosofía y teología, que, dialogando entre sí, cooperan armoniosamente al descubrimiento de la autentica vocación del hombre, sediento de verdad y de felicidad".

En este sentido, concluyó augurando que "no falten nunca en la santa Iglesia teólogos doctos, píos y sabios como san Alberto Magno".

[Por Inma Álvarez]

ZS10032408 - 24-03-2010
Permalink: http://www.zenit.org/article-34773?l=spanish

miércoles, 13 de enero de 2010

LA TUMBA DE LA SÁBANA DESCUBIERTA EN JERUSALÉN CONFIRMA LA SÁBANA SANTA


Afirma el físico del Centro Español de Sindonología César Barta


MADRID, martes, 12 enero 2010 (ZENIT.org).- La tumba de la sábana descubierta recientemente en Jerusalén confirma la Sábana Santa. Lo afirma el físico del Centro Español de Sindonología César Barta Gil. Para este científico, otra interpretación sería tendenciosa y sesgada.

Arqueólogos de la Universidad Hebrea han encontrado fragmentos de sudario recientemente en una tumba de la primera mitad del siglo I en el cementerio de Hacéldama, el "Campo de Sangre" comprado con las 30 monedas de Judas para enterrar extranjeros. La tumba, en la parte baja del Valle de Hinnón, al lado de la tumba de Anás, suegro de Caifás, parece indicar que se trataba de una persona de familia sacerdotal o aristocrática.

Los textiles usados para envolver el cadáver son de buena calidad, de persona adinerada, pero de tejido mucho más sencillo que la Sábana Santa de Turín, muy distinto, según el historiador textil Orit Shamir.

La noticia del hallazgo arqueológico en una tumba de Jerusalén de un lienzo mortuorio de la época de Jesucristo, difundida por la publicación "PloS ONE Journal", se ha presentado como un argumento que cuestiona la autenticidad de la Sábana Santa de Turín. Se ha llegado a decir que "los autores del estudio concluyen que esta última no data de aquellos años".

"Sólo una interpretación muy tendenciosa y sesgada puede llegar a difundir esa idea –explica a ZENIT César Barta Gil, físico del Centro Español de Sindonología--. Si se ofrecen los datos objetivos, la realidad es más bien la contraria ya que confirma la autenticidad de la Sábana Santa en vez de cuestionarla".

Los autores del artículo titulado "Molecular Exploration of the First-Century Tomb of the Shroud in Akeldama, Jerusalem" son de Canadá, Israel, Australia, Inglaterra y Estados Unidos y no mencionan en ningún momento la Sábana de Turín.

El objetivo principal del artículo es dar a conocer su éxito en demostrar por medios experimentales que tres de los difuntos de la tumba familiar tenían tuberculosis y uno de ellos, además, era leproso. El mérito aumenta al considerar el deterioro de los restos arqueológicos encontrados.

"No se puede sino imaginar la sorpresa que invadirá a los autores al ver que su artículo ha servido para que el público hable de lo que no han descubierto en vez del progreso conseguido mediante los análisis de ADN antiguo y procesos moleculares", subraya César Barta.

Si la noticia se ha prestado a esa desviación, explica el físico, es porque a la excavación la denominan "la Tumba de la sábana" (the tomb of the shroud). El nombre le viene de lo excepcional que resulta haber encontrado un tejido que había envuelto un cadáver en una tumba judía.

La costumbre judía era acudir al sepulcro aproximadamente un año después de haber enterrado al difunto cuando las partes blandas ya habían desaparecido y sólo quedaban los huesos. Estos los colocaban en cajas de piedra u osarios y los dejaban de nuevo en la tumba. Por esta razón los arqueólogos han encontrado habitualmente cientos de tumbas en las que no había ningún tejido.

La idea de que Jesucristo hubiese sido envuelto en un lienzo como parte de una costumbre judía no había sido corroborada por ningún hallazgo. Sin embargo en "la tumba de la sábana" al individuo leproso fallecido le colocaron en una cámara del sepulcro y la sellaron para evitar el contagio del resto de difuntos de la familia. Esto indujo a que no fuese modificada al cabo del tiempo, y que haya llegado a nuestros días con los restos de la primera disposición del entierro.

Por tanto, el hallazgo permite confirmar la utilización de lienzos en las prácticas funerarias judías reforzando el supuesto uso de la Sábana Santa.

Además los autores, en las pocas líneas que dedican al tejido, informan que han encontrado porciones de tejido a lo largo de toda la losa con restos orgánicos deduciendo que le cubría todo el cuerpo. Y, más particularmente, encontraron restos de cabellos en el tejido y por tanto el lienzo le cubría la cabeza. Esta es una confirmación muy especifica de la forma en que se utilizó la Sábana Santa para envolver al crucificado que efectivamente le cubría la cabeza.

"Una interpretación ecuánime de estos datos apoyaría más bien la autenticidad de la reliquia de Turín. Sin embargo, el profesor Shimon Gibson, uno de los autores ha declarado a National Geographic que, en su opinión, el tejido hallado en la tumba indica la falsedad de la Sábana de Turín porque tiene otro tipo de confección. En efecto, la de Turín es en sarga de gran valor y la de la tumba es en tafetán, una disposición más sencilla", afirma César Barta.

"Pero este argumento –concluye- carece de consistencia ya que no era de esperar que se encontrase una sarga como la de la Sábana Santa en cada tumba judía. Y no era de esperar porque un tejido como el de Turín en sarga de 1 a 3 en lino es un ejemplar único y no se conoce otro ni de la época de Cristo, ni de la Edad Media".

Por Nieves San Martín

ZS10011206 - 12-01-2010
Permalink: http://www.zenit.org/article-33890?l=spanish